RA tanta la expectativa, tanta la ilusión generada por el anuncio de la llegada de la vacuna en 2021 que, como el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, echamos demasiado pronto las campanas al vuelo. ¿Consecuencias? Como todo artefacto que vuela, ya se anuncian en el panel retrasos en la salida. Mira que no aprendemos, por mucho tiempo que pase. ¿Por qué?, se pregunta la gente de buena voluntad. ¿Por qué no levanta el vuelo la vacunación? Lanzan, lanzamos la pregunta, a las autoridades que más a mano nos quedan. Es otro pecado de ingenuidad. La mayoría de las voces que han de dar respuesta señalan el mismo foco: los incumplimientos de las farmacéuticas en el suministro de vacunas contra el coronavirus. Son ellos, el Gran Mercado, nos dicen, los que han cometido esa aberración moral de venderles la salvación al mejor postor. Y de paso han abierto una grave crisis en el seno de la Unión Europea. Como si la vieja Europa se negase a entrar en la puja de la subasta.

Cómo pedirle al dinero que tenga corazón habiendo aún siembra que recaudar. Muchos países europeos confiaban en dar un impulso a la inmunización en febrero gracias a la vacuna de AstraZeneca, mucho más barata y fácil de administrar que las de Pfizer y Moderna, pues no exige ultracongelación. Lo ocurrido en los últimos días es de una gravedad extrema, no solo por su bajeza ética. Consideremos que del cumplimiento de estos contratos depende la vida de cientos de miles de personas y la recuperación económica de Europa. O que el fracaso del plan de vacunaciones desataría una crisis de confianza en la competencia de las instituciones europeas difícilmente reparable. Si el pueblo pierde confianza en sus mandatarios difícilmente les seguirán el paso. Y sin orden y concierto la pandemia puede hacerse fuerte en su defensa ni sé por cuánto tiempo.