E pequeño, al llegar al cruce de la plaza de Unzaga, las indicaciones de tráfico, monolingües por entonces, me intrigaban. "San Sebastián 72 Kms - Bilbao 45 Kms" decían, si no recuerdo mal. En la época, el viaje por la vieja carretera era todo un paseo, sin autopista ni circunvalaciones, un tour por un territorio multicolor en el que se entremezclaban y alternaban hermosos rincones naturales, una densa industria y ciudades y pueblos vibrantes, llenos de gente.
Ese era el crisol en el que siempre había vivido y pensaba que todo el mundo sería parecido. Más tarde descubrí que no era ni es así.
Lo que me interpelaba era la distancia a las dos capitales. Resulta que Éibar era Guipúzcoa y su capital, San Sebastián; mientras que Bilbao era la capital de la provincia vecina, Vizcaya (hoy también Gipuzkoa, Donostia, Bilbo y Bizkaia, respectivamente). ¿Por qué entonces, si Éibar estaba más cerca de Bilbao, no era parte de Vizcaya?
Por entonces no sabía lo complejos e irregulares que pueden resultar los mapas y las divisiones administrativas.
Caminando desde casa, la muga entre las dos provincias, distinguible solo por el cartel que la señalizaba, estaba apenas a quince minutos. Esa división siempre me pareció inútil, acostumbrado a que nuestra familia estuviera repartida entre Éibar y Ermua, a partes casi iguales.
Lo que sí aprendí desde pequeño es que algunos hablábamos los dos idiomas del lugar y otros, sin embargo, uno sólo. Luego, ya de mayor, descubrí que esto no era del todo casual. Que los niños aprendieran euskera pasaba porque lo hicieran en casa y eso exigía que los mayores de la casa hablasen esa lengua y la utilizasen en la vida cotidiana, lo cual era en gran medida una decisión ideológica. Algunos amigos habían nacido y vivían en familias en que sus padres eran euskaldunes y sin embargo optaron por no usar el euskera en casa. Sin duda se daban razones para esa decisión, dado el contexto político, aunque subestimase la capacidad de los niños de aprender fácilmente dos y más lenguas si se embeben en ellas con naturalidad.
Así, a pesar de vivir en entornos acotados y protegidos, desde muy temprano lo hicimos en un ambiente heterogéneo, no exento de contradicciones.
La división entre las provincias nunca me pareció ni muy lógica ni muy clara. Lo que sí percibía con claridad es que, al alejarnos del círculo familiar, en cualquier contexto, los que hablábamos euskera empezábamos a ser minoría. Hoy, cincuenta años más tarde, sigue siendo así con frecuencia.
Así, el parámetro que identifiqué como más relevante, posiblemente de manera completamente inconsciente, a la hora de distinguir lo que éramos, fue el euskera.
No se trataba de diferencias porque sí. Al contrario, la sociedad nos enseña a analizar, a catalogar, a clasificar. De hecho, nuestro cerebro madura haciéndolo y la escuela agudiza el proceso: familias en el reino animal, plantas, continentes, océanos, religiones, países, capitales€
Me encantaban los pasatiempos del periódico en los que se trataba de buscar las siete diferencias. Creo que era La Voz de Guipúzcoa por aquel entonces. El nombre del diario siempre me llamó la atención. ¿Por qué un periódico se tenía que llamar "la voz" si no hablaba? Para mi "la voz" era la de la radio que siempre sonaba en la cocina, casi siempre en euskera, aunque fuera el rosario. El juego siempre me pareció fácil. Mirando cada detalle de las imágenes de manera ordenada, de izquierda a derecha y de arriba abajo, era imposible no dar con los gazapos, con frecuencia ocultos en un detalle del pelo o en las arrugas de la ropa.
Observando el entorno con el mismo procedimiento, me parecía obvio que, si algunos teníamos algo distintivo, era una lengua propia que incluso en la tierra en que vivíamos era y es minoritaria. Tal vez por eso nunca entendí que la pasión por el deporte no tuviera una expresión unificada que no entendiera de camisetas. Nunca me interesó elegir entre equipos, tal vez por qué nací y me crié en esa invisible y contradictoria frontera. Pero entiendo que cada club representa una identidad que pueda generar frenesí. Supongo que las aficiones ya se habrán dado cuenta de que con los estadios vacíos ya no es lo mismo pues, sin duda, lo que engrandece el fútbol son los miles de corazones que vibran al unísono en el estadio.
Esas divisiones administrativas persisten, parcialmente reforzadas por la estructura administrativa que se adoptó con el Estatuto de Gernika y el papel de las diputaciones.
Más tarde me interpelaron pequeños detalles como, por ejemplo, que se necesitaran tarjetas de viaje distintas cuando uno toma el transporte público desde Eibar a Donostia o a Bilbo. Puede que ya se hayan unificado, como la de Osakidetza. No lo sé, ahora vivimos lejos y en Alemania la tarjeta de transportes vale para todo el país.
Volvemos a casa cuando podemos, menos desde la pandemia. En la distancia, intento seguir la prensa y, cuando regreso, observo de nuevo el paisaje social, intentando entender lo que ocurre. Y siento que seguimos viviendo en la misma vieja contradicción que ya de niño identifiqué. Un pequeño territorio atomizado en el que su propia lengua es minoritaria.
La diferencia es que ahora la situación es en gran medida decisión propia. De haber un tirano, somos nosotros mismos.
Soy consiente de que la mía es una opinión muy personal, minoritaria, fruto de una trayectoria vital marcada por el multilingüismo asimétrico y la emigración. Me cuesta entender que si, ya a avanzada edad, nosotros podemos aprender alemán, el euskera resulte tan indigesto para muchos que desde jóvenes hacen de nuestra tierra la suya. ¿Tal vez haya un cierto rechazo ideológico subyacente?
Pensé en eso cuando hace unos días escuchaba a un representante del gobierno reprochar la excesiva ideologización de los medios de comunicación en euskera. Supongo que hablaba en una clave partidista que entiendo tan poco como la de las camisetas de fútbol. Posiblemente tuviera razón. El mundo del euskera siempre ha estado ideologizado. ¿De dónde si no habría sacado el combustible para permanecer vivo frente al incendio de la globalización que cada año arrasa con decenas de lenguas sobre el planeta?
Tenemos la fortuna de contar con excelsos escritores en euskera que lo hacen desde una perspectiva puramente profesional. Pero la mayoría, desafortunadamente, no somos virtuosos de la pluma, y menos en euskera, y necesitamos de la ideología para alimentar unos esfuerzos cuyos resultados, hasta hoy, resultan pobres.
Intento leer entre líneas el significado de los mensajes que llegan de esos medios ideologizados en euskera y, desde la lejanía, a mí me suena al tristemente célebre: "No puedo respirar". Pero es fácil confundir la petición de socorro con la protesta.
La distancia hace el olvido y también que se pierda la nitidez de la señal. No estoy pues seguro de que mi interpretación sea la correcta. Ya de estudiante en París aprendí que desde el fondo del pasillo de la facultad, la música de un corrillo de jóvenes hablando español o griego sonaba igual.
La covid-19 tampoco ha ayudado: ahora ya, como reconocen nuestras autoridades, estamos en la fila de los que aspiran a las ayudas europeas. No creo que pueda ser considerado un éxito para los que creímos, en su día, que Euskadi podía y debía aspirar a ser referente para el resto del mundo.
Una cosa es cierta y, a la vez, un rayo de esperanza: Internet es un espacio en el que el euskera se mueve como un pez en el agua. Curioso, ¿no? Una lengua tan antigua, que encuentra tantas dificultades para desenvolverse en sus propias calles sin tropezar, se desliza de manera fluida en ese nuevo medio y ofrece un canal de comunicación para los que saben que la vida tiene tantas dimensiones como lenguas hay y que en el paisaje social crecientemente complejo en el que vivimos, siempre hay una ladera donde luce el sol, la del "ama hizkuntza", la lengua madre.
Eso, que vale para cada ciudadano del mundo, en cualquier lengua, también se nos aplica a nosotros y es un derecho que difícilmente perderemos mientras haya wifi.
* Matemático, FAU-Humboldt Erlangen, Fundación Deusto y Universidad Autónoma de Madrid