SCRIBIR conociendo el dato de que somos el primer país europeo que supera los 500.000 infectados por covid-19, te lleva inexorablemente a la decepción, al pesimismo y el cabreo. Las cifras de cada día, acompañadas de las imágenes que se ven en directo o por televisión, indican que esta sociedad está siendo derrotada por los canallas. La pandemia va imponiendo un nuevo lenguaje que va cambiando a medida que avanza. Primero, los expertos de la comunicación comenzaron hablando de irresponsables; luego, de insensatos; y ahora lo hacen de insolidarios, de solidaridad e insolidaridad. Y previamente deberían recurrir a la definición que la RAE da a esa bella palabra, “solidaridad”: “Adhesión a la causa o la empresa de otros”. O sea, nuestro compromiso de apoyo a algo que ayuda, o al menos no entorpece, a nuestro prójimo. Por cierto otra palabra importante que utilizamos cada vez menos, quizás porque considerar a otros ciudadanos como prójimo (persona respecto de otra considerada bajo el concepto de solidaridad humana) esté a la baja en una sociedad individualista y, según Zygmunt Bauman, líquida.

Prójimo, solidaridad, solidario, insolidario... el covid-19 ha hecho emerger estos conceptos como argumentos para analizar la situación actual. En estos momentos, los bienintencionados hacen constantes llamamientos a la solidaridad para evitar comportamientos irresponsables que son con certeza causantes de esta segunda ola de infectados y la crisis derivada de ellos.

Lamentablemente, la situación demuestra el fracaso de nuestra sociedad, porque esos insolidarios están derrotando a la importante parte de la sociedad que con su sensatez da ejemplo de civismo cumpliendo rigurosamente las normas; a una ciudadanía que está sufriendo las consecuencias de su insensatez, porque se está demostrando que existen grupos -más numerosos de lo que los buenistas a veces señalan- que no tienen en cuenta que su manera de actuar afecta al resto... o les importa un carajo.

Su comportamiento incívico provoca contagios, confinamientos, ingresos hospitalarios, dolor, sufrimiento, pérdidas de empleos, quiebra de economías y muertes. Pero esas gentes no podrían realizar lo que hacen y por tanto convertirse en un peligro para los demás si no existieran cómplices que en unos casos por dejación y en otros por cobardía les ayudan a hacerlo. De esas gentes va esta reflexión.

¿Quiénes son esos cómplices?

Por un lado, aquellos ciudadanos que no tienen el valor de recriminarles cuando les ven poniendo en peligro al resto. Es probable que sea como consecuencia de la presión que se ejerció durante el confinamiento contra quienes haciendo uso su derecho a protegerse a ellos y los suyos fueron descalificados como “policías de balcón o de ventana”. Ya sabemos que en este país, más en unas zonas que en otras, que te identifiquen como represor, o colaboracionista está muy mal visto. Pero en el momento actual, cuando nos jugamos la salud, el empleo y que nuestros niños puedan ir al cole con seguridad, esa máxima debería decaer.

Otro tipo de colaboradores con los insolidarios son los poderes políticos que teniendo la responsabilidad de poner orden en este desastre, por dejación, incompetencia o cobardía no lo hacen. Puede parecer una afirmación dura, pero las semanas que llevamos desde el inicio de la nueva normalidad están demostrando que los intentos de convencer a esas gentes de que sus comportamientos ponen en peligro al resto de la sociedad, no están funcionando. Resultó especialmente patética la llamada que hace ya un tiempo Fernando Simón hizo a los denominados influencers para que colaboraran en campañas llamando al orden a los insolidarios. Si un gobierno hace ese tipo de petición de auxilio, está demostrando su debilidad y su más absoluto fracaso en esta batalla.

Lamentablemente, se demuestra que la situación de riesgo no se soluciona con campañas de concienciación, buenas palabras, buenismo, o intentos de convencer a los inconvencibles; se soluciona con contundencia contra los que ponen en peligro al resto de la ciudadanía. Porque a día de hoy en esta guerra (sí, sí, guerra) que tenemos con el virus y sus colaboradores, los insolidarios están venciendo a los solidarios, los irresponsables a los responsables, los insensatos a los sensatos... la colaboración por cobardía o inacción de los poderes del Estado y de una parte de la sociedad.

Nos estamos jugando mucho, creo que ya va siendo hora de que, con valentía y respeto, llamemos a cada cosa por su nombre; que cada cual cumpla con sus obligaciones y con el deber social que le corresponde.

Puede parecer una reflexión extrema, pero no lo es. Estamos entrando en un otoño 2020 que tiene toda la pinta de ser terrible. Por eso es hora de ser valientes con las opiniones, pero especialmente con los hechos. No podemos consentir que tanto esfuerzo colectivo se venga abajo por dejación o cobardía ante los canallas.

* Exparlamentario y concejal del PSN-PSOE