STA frase pertenece a una grabación efectuada, en julio de 1978, en Iruñea, en el curso de las violentas manifestaciones por la muerte de Germán Rodríguez, tiroteado, a todas luces, por la Policía. Unos incidentes que ningún gobierno ha puesto el mínimo interés en aclarar. Esas palabras las pronunció el comandante Ávila García, jefe de la Policía de Iruñea en ese momento y por tanto subordinado directo de Martín Villa. ¿Compartía Martín Villa esa orden? ¿La desautorizó? No me consta.

En los sucesos de Gasteiz, Martín Villa aún tuvo el cuajo de acudir con cara monjil al hospital, en compañía de Fraga, a interesarse por los heridos que ellos mismos provocaron. Un alarde de desvergüenza política, puro espíritu de la Transición. Años después, hubo un diputado que se permitió el lujo de afirmar que en Gasteiz habían sido eliminados seis etarras: "Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Aquí ha habido una masacre. Cambio. De acuerdo, de acuerdo. Pero de verdad una masacre"... Cinismo, crueldad, barbarie... ¿Qué opina Martín Villa de esto y de los dos mil tiros disparados contra personas indefensas? No tengo ni idea. Pero vista la trayectoria de estos ricachones, imagino que le importará un bledo.

Hemos vivido la semana Martín Villa, la de las indecentes cartas de apoyo al acusado por parte de expresidentes y de sindicalistas de pega, y a la vez de un obligado refrescar de noticias relacionadas con la pervivencia del régimen policial franquista durante la modélica Transición. Cada cual defiende a los suyos y su trinchera, que eso son la posiciones de opinión hoy día. ¿Voluntad de conciliación y pacto? Ninguna. A la pandemia me remito esta vez y a la avalancha de guerra sucia informativa con propósito de intoxicación, la famosa propaganda negra de los golpistas.

A lo anterior hay que añadir las voces escandalizadas hasta el ridículo por el anuncio publicitario de la película Patria. Marlaska, acusado de encubrir torturas por no investigarlas -fue instructor de casi todos los casos en los que España fue condenada por Bruselas por no investigar torturas-, se opone al cartel y afirma que en terrorismo no cabe equidistancia. Cualquier disidencia del relato oficial es equidistancia, cuando no complicidad con el terrorismo. Solo hubo una forma de condenar los crímenes de ETA, la suya, y solo hay una forma de contar lo sucedido, la que ellos aprueben a modo de catecismo.

Para mí, la cuestión de fondo es si el informe elaborado por el antropólogo-forense Etxeberria para el Gobierno vasco tiene valor o no, quiero decir si es aceptado de manera generalizada, no si es riguroso y técnicamente impecable, que lo es. Habrá que concluir que no lo tiene más que para parte interesada, es decir, que solo tiene valor para aquellos que están convencidos de que ha habido tortura, no de manera episódica, sino sistemática: al número de víctimas recogido en el informe me remito.

Y eso me recuerda un momento que muchos habrán olvidado, la bronca que se armó en el Congreso de los Diputados cuando Juan Mari Bandrés, de Euskadiko Ezkerra, protestó de manera firme contra el asesinato de Joseba Arregi por torturas -que constan en un documento gráfico ampliamente difundido- y señaló la línea divisoria que separaba a los que eran partidarios de la tortura hasta por silencio u omisión y los que no. Airada respuesta... Esa línea ha permanecido, indeleble digamos, hasta ahora mismo en la medida en que contra toda evidencia se sigue negando su existencia. Son muchos los que creen que las denuncias de torturas son "del manual de ETA", ese que no ha sido nunca publicado, pero que además de no ser un manual, no dice lo que dicen que dice. Poco manual para tantos testimonios recogidos en el informe del Gobierno vasco elaborado por Etxeberria.

También señaló Bandrés, en un artículo de 1981, que la dialéctica era la de mis muertos y tus muertos. Han transcurrido casi cuarenta años y en esas seguimos; nunca los muertos, sino mi bandera y ninguna otra, mi patria y mi verdad y lo mismo, ni en la primera ni en la segunda ni en la tercera ni en la cuarta España sacudida como nunca por un vendaval de odio cainita. Es algo más que un choque de relatos en torno a la Transición y sus derivas, es una guerra de trincheras que no hace sino agravarse.* Escritor