UANDO empezó la crisis financiera en 2007, se pinchó una gran burbuja financiera, provocada en parte por el mismo BCE con su política de bajos tipos de interés al desplomarse el valor de los activos financieros. Y para evitar una insolvencia generalizada, los bancos centrales prestaron generosamente a la banca, compraron deuda pública y privada mientras trataron de convencer a los mercados de que podían mantener los tipos de interés bajos durante mucho tiempo.

La amenaza de una gran recesión se alejó. Ahora, los tipos se mantienen bajos. Esto alienta el endeudamiento público y también el privado (que se lo pregunten a Países Bajos, antes Holanda). El riesgo de una insolvencia general vuelve a aflorar y obliga a una mayor deuda pública con el riesgo de otra recesión. Seguir así supondría nuevos desequilibrios como la subida del precio del dinero y de la deuda con dificultades en los bancos centrales para reanimar la economía con otro confinamiento. Así las cosas, algunos insisten en que no hay margen para otras soluciones obviando, claro, cualquier solución fiscal que pase por las multinacionales que no pagan impuestos: Amazon, Netflix, los gigantes de Internet, Starbucks€

Para el historiador Arnold Toynbee, la historia demuestra que la decadencia llega porque las élites gobernantes no responden adecuadamente a los cambios al atender preferentemente a sus propios intereses. Algo así ocurre en la Unión Europea cuando evita la imposición fiscal a las grandes multinacionales (discriminación fiscal), su actividad lleva ventaja con el resto del mercado (competencia desleal) y la contabilidad continuará siendo opaca para el gran público (falta de transparencia) ya que la directiva europea les ha exonerado de publicar los beneficios.

La transparencia fiscal de las multinacionales ya fue planteada en 2016, a raíz de los escándalos provocados por los llamados papeles de Panamá o Luxleaks de Luxemburgo, que revelaron los procedimientos que utilizan las multinacionales para minimizar su tributación en Europa. Parece justo que si facturas centenares de millones de euros anuales estés obligado a hacer públicos algunos datos como los beneficios e impuestos por cada país. Pero es que ni siquiera la miseria que pagan en el balneario fiscal de Irlanda se queda allí ya que lo que llega a Dublín se traslada a un paraíso fiscal allende el Atlántico mediante sociedades pantalla.

La solución fiscal ahora abortada por la Unión Europea evita que las multinacionales paguen impuestos en torno a los 25.000 millones de euros cada año mientras mantiene el discurso de los ajustes en las economías de algunos de sus Estados miembros. Ante semejante injusticia, no es entendible la condescendencia social con las marcas que abusan abiertamente de su posición fiscal en perjuicio de todos ¿Por qué el ominoso silencio sobre todo esto en la mayoría de análisis económico-políticos cuando la tan acuciante necesidad de ingresos públicos es tan enorme? El colmo de la Unión Europea en este tema es la obligación de la unanimidad para realizar cualquier cambio en la normativa fiscal. Sin olvidarnos que el principio de libre circulación de capitales impide poner trabas a los paraísos fiscales.

Leo que las multinacionales que más ganan son las que menos aportan. Los datos difundidos por la Agencia Tributaria acaban con el argumento de que se pague menos en España por Sociedades porque ya se abona en otros países. Pero Hacienda mantiene un total anonimato sobre el nombre de estas empresas con matriz española.

La fiscalidad sobre los beneficios multimillonarios es una parte esencial de la solución a la crisis económica actual. Es tan obvio que solo queda darle la razón a Arnold Toynbee y preocuparse por el poder de las multinacionales ante la solución fiscal no querida que tanto necesita la Unión Europea. Más cerca de nosotros el emérito Juan Carlos, paradigma de presunta delincuencia fiscal a lo grande, exhibe valedores en público.