ARECE que la plaga sanitaria está ahora amainando y podemos respirar, al menos en Europa, más tranquilos, esperando que no nos vuelva a visitar, a ser posible nunca, esta pandemia que tanto dolor y zozobras viene causando a escala global. Es hora de tomar nota de los daños ocasionados, empezando por aquellos irreparables de los muchos miles de fallecimientos, sobre todo de personas mayores, los más afectados por la plaga, que vieron truncada su existencia de un plumazo, sin el consuelo de sus familiares y los cuidados médicos necesarios en los casos de las residencias, en un trágico e injusto final.

Profundamente conmovidos por esta catástrofe humana es preciso evaluar también las consecuencias económicas ya presentes y por venir por el parón económico registrado los meses de confinamiento, con sus corolarios de paro, precariedad, exclusión, desahucios y demás desgracias económicas. ¿Cómo solucionar este cúmulo de problemas en un país que recién estaba saliendo de la Gran Recesión del 2008? ¿Qué medidas tomar para que el peso de la reconstrucción no vaya a recaer en los de siempre, esto es, en los más vulnerables? ¿Qué lecciones deberíamos sacar para reorientar nuestras estructuras económicas, de manera que nos hagan más fuertes y resilientes ante un supuesto catastrófico de esta índole? Estas son las preguntas a las que es preciso apuntar algún esbozo de contestación.

El Estado español ha sido desgraciadamente uno de los países más afectados por esta cesación de actividad económica debido fundamentalmente a su estructura económica, en la que el turismo es un firme puntal con un volumen del 13% del PIB. Dependiendo tanto de la venida de turistas extranjeros, es normal que se resienta el sector, no solamente por la imposibilidad de llegar al país durante el confinamiento y cierre de fronteras, sino también por los efectos de futuro al considerarse, quizás, un sitio inseguro por la muy alta incidencia de contagios y fallecimientos que han empañado su imagen como destino turístico.

Ante esta situación es fundamental, en primer lugar, reflexionar sobre este sector que, sin duda, va a seguir siendo pieza destacada de la economía, buscando modernizar y reenfocar sus servicios, tendiendo a captar un turismo de calidad, no basado en las cifras de entradas, sino destacando además de las bellezas naturales del país sus valores artísticos y culturales, y su patrimonio histórico, ofreciendo en suma alojamientos cómodos que combinen las tecnologías punta con nuestro rico acervo cultural.

Todo ello a precios siempre competitivos, pero sin que sea ese factor el argumento decisivo. Es aleccionador que países como Portugal, que ha optado por un turismo más selectivo, tenga unos ingresos proporcionalmente superiores a España, o que los Estados Unidos, recibiendo menos turistas que España, cuadrupliquen, sin embargo, sus ingresos. Algo falla indudablemente en nuestro modelo masivo, que afecta además a la sostenibilidad de nuestros ecosistemas.

Es evidente que el apoyo al sector turístico tiene que ser complementado vigorosamente por un impulso decidido a la industria, palanca de un mayor valor añadido y estabilidad de empleo a medio y largo plazo. El Estado español ya no es aquel país atrasado que evocaba Antonio Machado. Es ahora mucho más: tiene, como se ha repetido, la generación mejor preparada de la historia, con profusión de gente muy versada, no solo en humanidades, sino en las ciencias y las tecnologías, aunque, desgraciadamente, demasiadas veces brillantes profesionales e investigadores tengan que abandonar sus lares, esquilmados por recortes y desidia, en busca de ambientes más estimulantes y prometedores.

La mención a la industria viene evidentemente acompañada de la necesidad de impulsar decididamente la ciencia y la investigación. Todavía parece que queda el rastro de aquella desafortunada salida de tono, que el gran Unamuno en mala hora parece que profirió: “Que inventen ellos”. No es así, los habitantes de esta vieja tierra tan maltratada poseen tanta vis inventiva como cualquiera de sus vecinos europeos, lo que falta es el caldo de cultivo, el ambiente y la voluntad política proclive a la investigación, a imaginar modos de producción, soluciones ingeniosas y nuevos y mejores procedimientos.

La acción combinada del Estado en investigaciones básicas en universidades y centros de excelencia y el sector privado pueden conseguir rendimientos que incrementen la productividad de las empresas recurriendo al mínimo a patentes y licencias extranjeras. Lo que se precisa es voluntad política y apoyo recurrente mediante prueba y error… o éxito, al final. Personas tan versadas, como Joan Coscubiela o Miguel Sebastián no dudan en apoyar el reforzamiento inteligente del sector industrial, que ya se hace en el País Vasco y Navarra, con productos de alto valor añadido, avanzando en campos como el de las energías renovables, la digitalización, la transición energética, la inteligencia artificial o las investigaciones médico farmacéuticas.

Para que el Estado español pueda reconstruirse y prosperar dejando atrás estos años plomizos será necesario llevar a cabo una reforma fiscal sería y responsable, pues está sustancialmente por debajo en esfuerzo fiscal de los países de nuestro entorno, como Francia. Vaya por delante también que siempre habrá de hacerse un esfuerzo riguroso para reducir gastos innecesarios. De todas maneras, esta es una buena ocasión para los contribuyentes acaudalados de demostrar un patriotismo del auténtico, no del de bandera y retórica barata.

Respecto a impuestos concretos, habrá de procurarse, sin duda, aumentar los de tipo directo como el IRPF a los grandes perceptores de ingresos, siguiendo las pautas de la Constitución, que en su artículo 31, exige la progresividad impositiva. A este respecto, sería necesaria una profunda reforma del régimen impositivo de las llamadas sicav, aumentando sustancialmente su aporte al erario público. Incrementar, por el contrario, el IVA, que grava por igual a pobres y ricos, sería injusto y una auténtica claudicación ante los poderes económicos. En el impuesto de sociedades es preciso terminar con el escándalo de las profusas reducciones en la base, que hacen que las grandes empresas ,y no digamos las tecnológicas extranjeras, con apoyo en los paraísos fiscales, paguen unas cifras ridículas de impuestos. Se habrían de implantar a estos efectos y a nivel europeo la llamada Tasa Google y otras del mismo tenor.

Para terminar con este difícil tema, es preciso recalcar que la bajada de impuestos, tan defendida por la derecha porque aumenta la recaudación al fomentar el desarrollo de la economía, no está en absoluto refrendada por los hechos, según muchos economistas de prestigio como Acemoglu y Robinson, autores, entre otros, de publicaciones tan reconocidas como Por qué fracasan las Naciones.

Se han dado ya pasos positivos al establecer la renta básica para las personas vulnerables y prolongar los ERTE, siendo necesario ahora llegar a un gran acuerdo entre los partidos para sentar los cimientos de una sólida y justa reconstrucción nacional, dejando de lado la estéril crispación que tanto daño nos hace a los ciudadanos y por ende al país.

* Doctor en Derecho