AS fronteras de todo tipo están resultando ser como las meigas, que nadie cree en ellas pero haberlas, haylas. Aunque los límites trazados en un papel se desdibujan en función de la percepción de la gente. De la que tenemos y de la que nos inducen. Por ejemplo, con esto del coronavirus, recelamos -muy prudentemente- de la movilidad ajena y hay incluso quien pide que se restablezcan los límites intracomunitarios allí donde ya no hay. Por supuesto, la culpa de que la ciudadanía no respetemos las medidas de distanciamiento y seguridad es de quien no nos aprieta las tuercas lo suficiente. Por eso, quien hace previsión de evolución positiva de la situación siempre causa más recelo que aquel que señala los presuntos intereses espurios de la desescalada -es por dinero, es por las elecciones, es por la patronal...- . Tiene que ver con el instinto de conservación. En cambio, en Baleares preparan la llegada de 11.000 turistas alemanes desde este mismo lunes y hasta fin de mes. Esa frontera se desdibuja en cuanto la prioridad sanitaria queda orillada por la de llegar a fin de mes, que también es instinto humano de conservación. En Euskadi, 30 positivos en Basurto nos afectan lo mismo que 300 en el pico de la pandemia. Quizá nuestro instinto de llegar a fin de mes no está tan desarrollado como en otros lugares. Lo cual no es necesariamente malo; pero haberlo, haylo.