N esta pandemia, es impresionante la multitud de gente que está paseando por entornos que jamás había pisado, por un lado en la ciudad y por otro en sus alrededores. Está cambiando nuestra percepción de Bilbao y las expectativas de futuro de una ciudad que ha sabido transformarse en la historia para orgullo de sus habitantes.

Por un lado nos hemos echado a las calles. Estamos recuperando la condición plena de ciudadanos en espacios urbanos que nos habían condenado a ser peatones de acera, limitados por el tráfico rodado. Ni el Casco Viejo ni el Ensanche se diseñaron para eso. Las personas predominaban en las calles y en las plazas sobre otros tráficos en plataforma única, sin aceras, como en las películas mudas. La aparición del coche nos limitó a deambular por un ruidoso, reducido y peligroso margen. Llegará el día en que nos acordemos de que en las ciudades circulaban los coches contaminando como en las novelas de Dickens fluían los desechos por el arroyo en medio de las calles de el Londres victoriano, irrespirable, insalubre y pestilente.

La regeneración progresiva de paseos, calles y plazas es imparable gracias también al esfuerzo de las entidades supramunicipales con el saneamiento de la ría y el trasporte público en una acertada política de cohesión territorial.

Lo más difícil y costoso ya está hecho. Los nuevos paseos recuperados de la actividad industrial son los protagonistas de la desescalada. Es deseable que se prolonguen hasta el Abra y que también la ría, como elemento articulador de ese continuo urbano, se llene de una actividad lúdica que tímidamente ha empezado a surgir.

El valioso patrimonio industrial de sus orillas debe ser restaurado mientras la naturaleza rescata la biodiversidad perdida. Además de las angulas que nunca faltaron, ya se ven lubinas, mubles, lenguados, mojarras, cabuxinos, chaparrudos, platijas, abisones, anchoas,...

Por otro lado, nos hemos echado al monte desde casa, un lujo. Estamos descubriendo que en nuestra ciudad gozamos de espacios de oportunidad donde recuperar el espíritu republicano de anteiglesia y pasear por caminos, campas y bosques saludando al cruzarnos. El Anillo Verde GR 228 pone a nuestra disposición 38 kilómetros de paseo sin salir de la villa mientras la ciudad calla en el botxo.

Ese silencio y la reclusión de los txinbos en casa ha provocado la recuperación de un medio natural que algún día fue comparable a Urdaibai. Recibimos la visita de un corzo en Deusto y podemos escuchar en medio de la ciudad a los txinbitos de cola roja, de cola blanca, de zarza, de higuera, de maíz, de prado, mosquitero, real, hormiguero, silbante...

El coronavirus ha modificado nuestros hábitos. Paseando por Artxanda a las siete de la mañana coincidimos con parejas de adolescentes o cuadrillas que han quedado para desayunar huyendo del confinamiento. Por la noche suben a ver la puesta de sol desde el parque de Etxebarría, junto a las ruinas del monumento de mármol rojo de Ereño que nos recuerda que el alma de Bilbao permanece invicta porque no nos vencieron, porque no nos convencieron...o llegan hasta Pikotamendi desde donde se divisa el Golfo de Bizkaia y el Serantes, vigía de la desembocadura del océano Atlántico en la ría del Nervión según el mapamundi de JEK Larson. Los jóvenes están teniendo una experiencia que no van a olvidar, seguirán echándose al monte para disfrutar de su ciudad.

Hemos descubierto que nuestro entorno natural también es Bilbao y que Bilbao puede ser ambientalizado como entorno natural, lo disfrutaremos y se lo contaremos al mundo. Pocas ciudades disponen de un paisaje, una biodiversidad, unas instituciones y una ciudadanía con valores capaces de llenar de oportunidades esta doble transformación en una ciudad saludable para txinbos y txinbitos. * Arquitecto