A el pasado enero publicaba en esta columna (A las puertas de Davos, reflexiones de futuro), en relación a los debates esenciales que nos acompañan, la complejidad creciente de los múltiples desafíos a los que nos enfrentamos, las diferentes iniciativas y movimientos innovadores exigentes de nuevos caminos y soluciones, alejados de las recetas tradicionales y de comportamientos individuales (y muchos colectivos), determinantes de actitudes y prácticas (empresariales y públicas), que si bien pudieran responder a situaciones concretas del pasado, parecerían permanentes, fijas e inflexibles, que no ofrecían respuestas satisfactorias a una desigualdad generalizada, una insatisfacción y desafección amplia respecto de los liderazgos en curso, y la consiguiente presencia de un movimiento de transformación concentrado, de una u otra manera, en la necesaria búsqueda o revisita de nuevos roles a desempeñar por todos y cada uno de los diferentes agentes económicos, sociales, políticos, institucionales y de gobernanza existentes.

Hoy viene a cuenta recordar esa referencia, entre otros casos, porque el reclamo base de aquel encuentro multiagente, integrador de los diferentes grupos de interés (stakeholders), apuntaba a “un estado de emergencia” en el que la sociedad exigía de sus líderes, principalmente, respuestas transformadoras, nuevas agendas, responsabilidad compartida público-privada y un actualizado marco de prosperidad y desarrollo inclusivo a lo largo del mundo.

Esta semana, en su Newsletter dirigida a sus socios, la agencia vasca de innovación (Innobasque) recomienda la lectura del Manifiesto de Davos 2020: El propósito universal de las empresas en la cuarta revolución industrial, que no es sino una de las múltiples piezas que vienen añadiendo valor y enriqueciendo el movimiento transformador que desde la iniciativa Shared Value (el valor compartido empresa-sociedad) promovieron hace ya unos años los profesores Michael E. Porter y Mike Kramer, redefiniendo el propósito y sentido de las empresas, haciendo de las necesidades y demandas sociales sus modelos de negocio, ampliando sus fronteras de interacción con sus diferentes ámbitos sociales y comunitarios de influencia, más allá de sus objetivos primarios de creación de riqueza y empleo y de la responsabilidad social corporativa y, su imprescindible organización extendida con todos los stakeholders que la componen (trabajadores, capital-propiedad, proveedores, clientes-usuarios, gobiernos implicados, academia…). Movimiento en plena vitalidad creativa impactando a inversores, empresarios, consumidores, en los diferentes ámbitos empresariales, de gobierno, entidades sin ánimo de lucro y academia.

Precisamente, en el marco de este compromiso e iniciativa, estos días se publicaba el Purpose Playbook: putting purpose into practice with shared value (FSG: Re imaginando el cambio social), dando un paso más hacia el PROPÓSITO que ha de inspirar la visión, objetivos, estrategia y actuación de las empresas, aplicando los principios del valor compartido empresa-sociedad. Quienes formamos parte de este movimiento desde su creación, centramos el interés especial en el seno y rol de la empresa entendiendo que es el principal actor capaz de provocar la transformación requerida, dispone de los activos de mayor valor estratégico (comunidad de personas, propiedad, capital, cadenas de valor, pervivencia, emprendimiento, percepción de la economía real y las demandas sociales…) para interactuar, de manera escalable y sostenible con los gobiernos y la sociedad, tejer alianzas significativas con el tercero y cuarto sector de la economía y favorecer la prosperidad, bienestar y desarrollo competitivo e inclusivo. Su peso real en la economía y en la sociedad le confieren un protagonismo esencial en cualquier proceso generador del cambio necesario para el logro de los objetivos generales buscados.

Hoy, cuando las circunstancias concretas que vivimos, con un nuevo desafío y cuestionamiento de modelos, gobernanzas, crecimiento y empleo, ante panoramas inciertos de futuro, se alzan voces ya conocidas para reivindicar la exclusión y criminalización de la empresa como contraposición a la “panacea de lo público”, como mantra simplificador de espacios superados, pareceríamos vivir una vuelta al pasado en la que, de forma demagógica, se pretende asociar las bondades y soluciones vitales a todo tipo de actividad que acometan los gobiernos, a las supuestas soluciones igualitarias y de bien común que conlleva cualquier decisión o actuación que lleven a cabo, que todo gasto desde cualquier ente o agente público resulta positivo y redistributivo para todos, generando riqueza y bienestar común y colectivo.

Se pretende asumir que todo empleado público es esencial e imprescindible además de eficiente y cumplidor con el servicio que ha de ofrecer y que, por el contrario, el mundo privado no es sino un mal en extinción, preocupado de algo llamado “cuenta de resultados” irrelevante para el bienestar social. Las empresas y empresarios habrían de “disfrazarse” de microempresa, autoempleo o “joven emprendedor en fase emergente” para merecer algún tipo de consideración, siempre que no tengan éxito en su recorrido, ya que, a partir de ese instante, serían considerados ajenos a la creación de riqueza y bienestar y ser objetivo de las descalificaciones que nos rodean.

Quienes creemos en el rol imprescindible de los gobiernos, en su insustituible liderazgo, en sus políticas con mayúscula, en su papel dinamizador y emprendedor, tractor de múltiples iniciativas y actividades, no solamente no los consideramos esenciales, sino que apostamos por reforzar tanto sus competencias reales, como su eficiencia y necesaria disposición de recursos para llevar a buen término sus funciones de dirección y control de su ámbito de responsabilidad. Pero, de igual forma, entendemos imprescindible el rol empresarial y la absoluta e insustituible alianza público-privada para compartir el valor económico y social requerido por los grandes desafíos a los que nos enfrentamos. Las empresas son comunidades activas generadoras de empleo, riqueza, bienestar y desarrollo.

Son muchos los ejemplos que hemos vivido y, desgraciadamente, seguimos viviendo, mostrando el “pensamiento único excluyente” de quienes se arrogan la capacidad única de decidir lo que ha de hacerse, etiquetan a los demás y propagan sus mensajes fake y demagógicos, transmitiendo la idea de que no hay alternativas y que la “falsa unidad” es el banderín de enganche para transitar hacia el futuro (“o conmigo y de la manera que yo crea, o el caos”). La realidad es muy distinta. La complejidad que vivimos y viviremos demanda alianzas múltiples compartiendo el valor a generar y distribuir, a la vez, entre todos.

Hace unos días, tuve la oportunidad de compartir un seminario de prospectiva e innovación en el que se preguntaba, cómo no, sobre el futuro tras la pandemia en curso, en medio de la situación especialmente crítica que padecemos y se invitaba a identificar las “ventajas competitivas y posicionamiento de Euskadi” para transitar y superar los escenarios de recesión, recuperación, reconstrucción que habremos de transitar en los próximos años (al igual que la inmensa mayoría del mundo), y cuáles serían los “condicionantes negativos” para impedir una salida exitosa. Tras diferentes indicadores, cualitativos y cuantitativos, diseños de escenarios y anunciar un futuro exitoso al final del camino, concluíamos con un condicionante final: “tenemos que deshacernos de mucha grasa que nos dificulta la salida hacia un escenario deseable de competitividad, bienestar y desarrollo inclusivo”. La moderadora repreguntó: ¿Cuál o quién es esa grasa? Se trata de “grasa mental”, respondíamos. En nuestra cabeza se encuentra ese exceso de grasa mental paralizante, que solamente puede eliminarse en función de nuestra actitud, de nuestra disposición a comprometernos y responsabilizarnos en el cambio necesario, en el compartir un valor entre todos, en romper las barreras y obstáculos paralizantes del viejo modelo de confortabilidad desigual preexistente, en romper la dualidad social y de empleabilidad que nos separa…

Nuevos roles, nuevo propósito, valor compartido empresa-sociedad, cocreación de valor público-privado, compromiso y responsabilidad. Piezas esenciales, sin duda, a llevar en la mochila para este nuevo viaje. Como indicaba al principio de este artículo, el documento Purpose Playbook reúne una serie de instrumentos y herramientas clave para hacer del propósito, del sentido de nuestra búsqueda, la orientación de nuestra nueva estrategia. Nos invita a poner el acento en nuestro verdadero propósito: “La razón de una empresa para resolver problemas sociales, a la vez que crea valor económico-financiero para la compañía y la comunidad de manera sostenible y significativa, es el propósito que mueve la estrategia empresarial y su liderazgo”.

En definitiva, un compromiso integral para resolver una demanda social no resuelta, dar una solución plenamente integrada en su estrategia global, alineando operaciones y personas, creando valor medible para la empresa y la sociedad. Todo un propósito empresarial, solo posible de llevar a la práctica con el concurso del resto de los actores (gobiernos, comunidad…) ¿Y el propósito de cada uno de nosotros?

Preparémonos para un largo y complejo viaje.