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Euskadik behar zaitu!

ECÍA en mi último artículo que no era momento de hablar de política. Afortunadamente, las formaciones partidarias vascas consensuaron con el lehendakari dejar sin efecto el decreto por el cual se convocaban las elecciones autonómicas para el 5 de abril. Envueltos como estamos en una alerta sanitaria y sometidos a un "estado de alarma", la pugna ideológica tiene poco sentido. Lo trascendente sigue siendo detener la pandemia, evitar que el nivel de contagio sature nuestro sistema sanitario y establecer la mejor estrategia conjunta que nos permita salvar vidas.

La política deberá esperar, aunque algunos no lo entiendan así y aprovechen cualquier resquicio para lanzar mensajes de parte. Hay quien ha aprovechado cualquier motivo para buscar su presencia pública, negando, claro está, el interés político pero haciendo propaganda de todos y cada uno de sus movimientos. Así, se ha fotografiado en redes sociales con una cacerola en el balcón, ha pontificado sobre la necesidad de hacer test de diagnóstico a todo el universo vasco, aunque sin tener ni puñetera idea de lo que se propone y contraviniendo cualquier raciocinio técnico, o se ha promocionado una red de auxilio social de parte, a modo y forma de experiencias ya vistas internacionalmente en organizaciones como los "hermanos musulmanes" o Hizbulá en el Líbano. En la última entrevista que ha concedido a los medios públicos, ha pretendido eliminar el carácter político de su intervención: "Solo tenemos un enemigo común, el coronavirus, y todos tenemos que remar juntos pero remar todos juntos no es hacer tolón-tolón".

Sé que quienes son especialistas en la agitación y propaganda negarán cualquier intencionalidad política a sus iniciativas. ¡Ya! Ellos son espíritus puros, los que no fueron al Congreso, en Madrid, porque querían primar la seguridad sanitaria evitando las reuniones presenciales mientras que aquí, en Euskadi, exigían reuniones semanales en el Parlamento Vasco para fiscalizar la actuación del gobierno.

Paradojas de la vida. Para no hacer tolón-tolón.

Pese a todo, insisto, no es tiempo para la controversia, aunque algunos se obcequen en pescar en aguas revueltas.

Llevamos ya unos días de confinamiento, de convivencia excepcional, y la limitación de movimientos, la parálisis social y económica, comienza a hacer mella en la gente. En todos. También en quien esto firma.

Los primeros días de la nueva situación de contención del virus los pasamos con una cierta soltura, incluso con grados de frivolidad. Pero, a medida que las jornadas han ido pasado y la situación ha seguido agravándose, tanto en lo sanitario como en sus consecuencias económicas, comenzamos a sentir los primeros síntomas de fatiga social. Y, según nos indican, el proceso no ha hecho sino empezar.

Los niveles de infestación continúan imparables, en progresión geométrica, y pese a que el cumplimiento de las medidas de aislamiento social se están llevando a cabo con cierta disciplina -siempre hay gente que se cree más lista que la media-, el pico de contagio no se ve cercano mientras se incrementan notablemente las necesidades de hospitalización y la mortandad. Lo peor, auguran los expertos, está todavía por llegar. De ahí que no se descarten acentuar las medidas de confinamiento y la prohibición de movimientos. La gravedad del momento -y no quisiera ser aguafiestas- puede obligar, en el corto tiempo, a un parón total de la actividad económica, de la industria, de la construcción, manteniéndose solamente los servicios esenciales.

Vivimos una situación inédita. Los que no hemos conocido ni la guerra ni su tiempo posterior no somos capaces de imaginar el momento excepcional que estamos a punto de vivir. Y en este tiempo de incertidumbre surge el temor y la desconfianza. A la amenaza de la enfermedad se le incorpora un efecto devastador para la moral colectiva; la soledad.

El ejercicio adecuado, a nivel individual, de las medidas de confinamiento dictadas desde la autoridades para parar la propagación del covid-19 nos están descubriendo la vulnerabilidad de una sociedad acostumbrada a vivir colectivamente. Vamos camino de sobrellevar una primera semana de reclusión en nuestros domicilios. Echamos de menos a los nuestros que no están físicamente a nuestro lado. Se nos hace dura la ausencia y, pese a que la tecnología nos permite una determinada cercanía, el aislamiento se hace cada vez más cuesta arriba. Y temo que en esta fase es aún incipiente y todavía nos espera tiempo para recuperar la normalidad.

Confío en que la dureza de esta experiencia nos sirva para empezar a valorar mejor el nivel de bienestar en el que hasta hace unas semanas estábamos acostumbrados a desenvolvernos. A repensar el sentido de la convivencia y a recuperar una escala de valores en la que lo material deje paso a los sentimientos, a la dignidad de las personas, a sus anhelos, inquietudes y sueños.

Una pandemia mundial ha derribado fronteras, mitos y predicciones. Quienes tenemos la fortuna de haber construido un sistema sanitario robusto, tenemos la garantía del combate que frente a la enfermedad presentan cuadros médicos y sanitarios profesionales que están haciendo lo que pueden y más para garantizar la salud pública. Pero cuando, pese al denuedo de esa infantería sanitaria, o de una red de renombrada competencia, los niveles de contagio superan todos los límites, nos queda la militancia activa individual para plantar cara, en la retaguardia, a la amenaza que nos acosa.

Siempre he pensado que la patria es el conjunto de personas que por propia voluntad se identifican como un colectivo que pretende compartir su expectativa de vida. Patria son, por lo tanto, las personas que aquí queremos seguir viviendo. Y abertzale-patriota es quien defiende esa voluntad vital. Por eso creo que, en la actual situación de alarma sanitaria, el compromiso de un patriota, de un abertzale, es hacer de su compromiso individual una defensa colectiva. Lo abertzale es seguir las recomendaciones de las autoridades que gestionan esta alarma sanitaria. Convertir cada casa en una especie de trinchera impidiendo la propagación masiva del coronavirus. Lo abertzale hoy es convertir nuestro sacrificio en vacuna, en pensar en los demás en primera persona.

La lucha por la libertad y el bienestar de todos nunca fue fácil. Ahora tampoco. Pero de nuestro comportamiento individual de hoy y de mañana dependerá en buen grado que podamos ir ganando el pulso a esta calamidad que se expande.

Otra cosa serán las consecuencias de empobrecimiento y de crisis económica que la actual pandemia va a traer aparejada. Primero, la vida; después, la economía. Si conseguimos superar la enfermedad, tenemos todos los resortes preparados para recuperar la actividad, el empleo y el crecimiento. Costará, pues el impacto de empobrecimiento causado por el virus ha sido brutal, pero los vascos siempre hemos sido capaces de recuperarnos tras una crisis. Y lo volveremos a hacer. Tenemos experiencia en ello. Todas las instituciones públicas han coordinado sus esfuerzos para hacer posible una reconstrucción nacional si es preciso. Medidas extraordinarias para una situación excepcional. Para dar liquidez a las pequeñas y medianas empresas. Para auxiliar al comercio, a los autónomos. Para volver a poner en marcha la industria. Para volver a poner en pie a un país en el que creemos y en el que tenemos depositadas todas nuestras esperanzas.

Al inicio de la transición, a finales de los años 70, el Partido Nacionalista Vasco puso en marcha una campaña publicitaria que, emulando una consigna americana, pretendía encontrar el compromiso de la ciudadanía con este país. Hoy, dicha consigna está más de actualidad que nunca; "Euskadik behar zaitu!-Euskadi te necesita!". No fallemos a la llamada.

* Miembro del EBB de EAJ/PNV