EL ser humano, con su prepotencia, siempre ha considerado, ahora mucho más, que de alguna manera era inmortal como especie, que cada generación se iba turnando con la anterior pero sabía que le sucedería otra y otra, así hasta la eternidad. Pero ¿y si estamos equivocados? ¿Y si esto tiene fecha de caducidad que hemos ido adelantando constantemente por soberbia y torpeza?

La reciente tormenta Gloria (a quién se le ocurriría ese nombre) que ha asolado nuestro litoral mediterráneo nos debe hacer sentir más pequeños y conscientes de que los daños que hemos producido a nuestro planeta se van volviendo contra nuestra especie y en efecto colateral sobre el resto de las especies. La imagen de un mero agonizando sobre la calle de uno de nuestro pueblos arrasados no nos perturba, pero debería hacerlo. Al igual que los koalas abrasados en los incendios de Australia o los jabalís hambrientos que se pasean por las calles de nuestras ciudades.

Para culminar esa cadena de avisos ahora llega la noticia del coronavirus (¿quién conocía esa palabreja hace apenas unos días?) que viene de Wuhan, una lejana ciudad de China que en los nuevos tiempos se sitúa justo a la puerta de nuestras casas. Comienzan a saltar las alarmas y la realidad, cada vez se parece más a las películas de catástrofes. ¿Qué será lo siguiente? ¿Un asteroide amenazando colisionar contra la Tierra? ¿Una cadena de huracanes, erupciones volcánicas, enormes sequías coincidiendo con inundaciones salvajes... o una guerra entre EE.UU. e Irán?

Mientras tanto, nos entretienen nuestras mezquindades. Allí el Brexit, el impeachment, o las tensiones con Irán o Siria; aquí que si Ábalos se ha reunido con la número dos de Maduro, o Casado con Guaidó, el pin parental, o los acuerdos presupuestarios de Nafarroa que algunos analizan resucitando a ETA. O sea, miradas al ombligo mientras llegan avisos claros de que esto se acaba. Sí, sí, se acaba. Para los americanos de Trump, los ingleses de Johnson o los sirios de Assad. También para los votantes del PP, PSOE, Podemos, incluso para los de Vox. ¿Podemos hacer algo para evitarlo?

Parece muy improbable, aunque milagrosamente nos volviéramos generosos con la naturaleza y con nuestros prójimos o fuéramos capaces de aparcar nuestro ego renunciando a la comodidad actual para poner en práctica una gigantesca y generosa campaña dirigida a salvar el planeta. Es probable que hayamos cruzado ya la línea roja de no retorno.

¿Qué queda por hacer? Parece que lo único posible sea disfrutar y hacer disfrutar a quienes nos rodean. Ser capaces de alcanzar la felicidad de manera sencilla, a pesar de lo que observamos al asomarnos al mundo exterior. Quizá si los líderes, los que mandan, entendieran el mensaje, la cuestión sería más fácil, pero no parece probable. Las profecías de Zigmunt Bauman parecen confirmarse. Una sociedad líquida, que produce unos políticos líquidos y como consecuencia una política de las mismas características.

Allí y aquí los peligros de esa liquidez están favoreciendo el desarrollo de líderes populistas que inclinan su praxis hacia la extrema derecha. Trump, Johnson, Bolsonaro, Piñera, Salvini... hace poco tiempo eran impensables y ahora dominan el mundo a golpe de decisiones insensatas, irresponsables, que trasladan a través de las redes sociales. La banalidad llega al poder.

Desde nuestro país se observaba el fenómeno con la sensación de estar vacunados, pero la aparición de Vox y de Pablo Casado en la dirección del partido mayoritario de la derecha, el PP, han acabado bruscamente con ese sueño y el lugar de la derecha clásica, moderada y pragmática ha sido cubierto por su versión más extrema y por la extrema derecha, lo que puede añadir nuevas consecuencias catastróficas a las ya analizadas anteriormente.

¿Cuánta responsabilidad tiene ese cambio en los nuevos hábitos que va adquiriendo nuestra sociedad? ¿Cuánto en el incremento que se detecta en la xenofobia, racismo, machismo o intolerancia? ¿Cuánto en el preocupante aumento de los casos de violencia contra la mujer, incluso en los asesinatos a manos de sus parejas o exparejas?

Las cifras de lo poco que llevamos de 2020 son escalofriantes. Siete asesinadas en apenas un mes. No hay sociedad civilizada que lo soporte.

La presión de esa derecha extrema va a ser continua y cada vez de mayor intensidad. Y quizá la batalla no se vaya a dar en el terreno político, sino en el ideológico. La izquierda debe plantearse seriamente que, o planta cara a esa campaña de PP y Vox para transformar la sociedad hacia posiciones retrógradas y reaccionarias, o acabará con los mismos problemas de degradación que sufre el planeta, favoreciendo nuestra autodestrucción primero moral, después física. Y no se pretende dibujar un escenario apocalíptico, sino advertir del peligro.

La impresión es que todo se nos va desmoronando, que la crisis no solo afecta al planeta, sino que lo hace también y de manera profunda a los valores que deben sustentar una sociedad justa y democrática. La izquierda debe despertar porque es la única que puede salvarlo. ¿Seremos capaces o simplemente hablaremos de ello en charlas intrascendentes de barra de bar?

* Exparlamentario y concejal del PSN-PSOE