AFIRMABA Adorno que es bárbaro escribir poesía después de Auschwitz. Esta aseveración puede tener muchos matices, y podemos centrarnos en preguntar si un determinado concepto de la poesía ha participado, o ha sido cómplice de esa cultura que ha producido guerras, campos de exterminio, colonialismo, esclavitud, genocidios, desplazamientos? Hay muchas historias de sufrimiento humano, pero quizás conviene recordar, como hacen G. Bertholf y W. Hunter, que el concepto de bárbaro puede aplicarse a “salvaje-cruel”, pero también, originariamente, a “extranjero”, y que, quizá, una refundación de la poesía, y de la política, tiene mucho que ver, después de Auschwitz, con el hecho de poner mayor atención a poetas, y movimientos políticos, extranjeros, ajenos a la cultura hegemónica que ha producido el holocausto, aunque también hayan existido otros factores. ¿Por qué no pensar en una poesía, sin excluir nuestro entorno, que surge de una cultura desde las víctimas y el sufrimiento?

Hay quien afirma, como los autores citados, que la poesía después de Trump ha de ser bárbara en ese sentido no peyorativo de la palabra, y ha de buscar la complejidad de una voz diferente. Se dice que Walt Whitman, poeta nacional de Estados Unidos, con sus contradicciones, significaba, mucho antes de Trump, la voz nueva de una democracia “bárbara”, en sentido no peyorativo, pues en su visión política, la democracia es la gran madre en la que ricos y pobres, hombres y mujeres, vivirán su desarrollo pleno; que hablaba de forma diferente a la cultura de la América del momento; que comulgaba con la naturaleza, con un nuevo orden; y que se dirigía, según sus palabras, a “gente verdadera”, a “los millones de trabajadores blancos que derramaban su sudor en las fa?bricas, los muelles y los campos”; que escribi?a para “una nueva raza de hombres, mayor, ma?s musculosa, ma?s ca?lida, ma?s democra?tica, sin ley, positivamente nativa de los Estados Unidos, de cuerpo dulce, ma?s completa, intre?pida, que fluye, magistral, de rostro barbado”, es decir, “a la gente verdadera”. Y aunque hacía una llamada para abrir las puertas a la inmigración, denunciaba muros y puestos de control, y era partidario del abolicionismo, negros e indios no parecen presentarse en ese plano. Su poesía pretende un nuevo mundo de riqueza y fraternidad, como profeta de un nuevo mundo construido con la intervención americana en todo el planeta y, como apostilla otro gran poeta, Antonio Gamoneda, una democracia que no es más que la “máscara sonriente” de un capitalismo con un excesivo poder depredador.

Porque hoy hay una democracia “bárbara-cruel”, que aumenta la grieta entre quienes cada vez tienen más y cada vez tienen menos, que agranda los muros ante la inmigración, e intenta ocultar la crisis de la democracia tanto en los Estados Unidos como en Europa. Quizá sean los protagonistas a quienes canta Whitman, salvando las distancias históricas, algunos de los donantes de votos regalados al señor Trump y otros populistas similares, pero una poesía “bárbara”, sin quitar sus méritos a Whitman, quizá no consista en hablar en lugar de otras personas, como hace con gran maestría, sino que ese cántico a la democracia debe ser profundizado con la palabra del otro lado de la orilla del racismo y la xenofobia. No estamos, afortunadamente, en Auschwitz, aunque no sabemos qué dirá la historia ante los miles de personas ahogadas en el Mediterráneo y en otros lugares ante nuestra mirada indiferente. Si empezamos a citar las diversas fórmulas de hacer daño, no solo con la violencia contra mujeres o contra la infancia, la lista sería muy extensa y pasaría también por la anulación del pensamiento, del saber y del sentido crítico, con formas de expresión y maneras de vivir que admiten las injusticias con total indiferencia y sin pensar en las heridas que se provocan con esa forma de mirar el mundo.

Es preciso, por tanto, que siga habiendo personas que desde el arte, la poesía, el activismo, la política, sigan esas sendas “bárbaras”, extrañas o extranjeras, en sentido positivo, en los propios países, y en países lejanos, que saquen a relucir su exilio interior, como una nueva manera de regeneración. Profusa tarea meta-poética.