DE que el del procés es el juicio de las dos medidas no me queda ninguna duda. Las maneras del magistrado Marchena, dedo en ristre -“silencio avises o amenaces miedo”-, inducen a pensar en una pintoresca imparcialidad por cuanto que lo que a unos testigos se les prohíbe a otros se les permite con largueza sin que el dedo admonitorio haga aparición en escena acompañando amenazas penales. Un dedo que es festejado por quienes ven ese proceso como un símbolo de autoridad y hasta de sabiduría procesal, pero de taurina manera, patriótica y cainita, y sobre todo como un mero trámite para el descabello de una dura condena anunciada.

El dedo apuntillado parece una batuta jurídica, pero da con facilidad en el puntero. No me escandaliza, porque no sirve para nada, ni el dedo, ni las amenazantes mordacillas que en uniformados favorables a la fiscalía son alardes de logorrea imaginativa. No veo yo qué importancia tienen esos detalles cuando será el propio tribunal quien acabe siendo juzgado en instancias europeas, sin tanto dedo de por medio, con unas consecuencias difíciles de prever, y sabiendo que esto y más es el menú del día. Nos esperan años de procés, con estadísticas de por medio y sin ellas, mucha bronca y mucha cainina, esa que ya circula que es un gusto alrededor del candidato socialista.

El cuello de la marquesa Álvarez de Toledo (la) habla desde arriba, pero muy por encima de su propio y larguísimo cuello, como si la cabeza estuviera en una palestra desde la que poder burrear con esa impunidad que tienen los de su clase cuando se dirigen como les da la gana a la servidumbre, a la gleba, al peonaje? Los santos inocentes, no, los baldados por decreto.

Solo así se entienden sus destemplanzas, sus impertinencias de cortijo o sus arrogancias de tendido de capotes. Solo así se entiende que califique a Manuela Carmena de abuelita chocha. Escandalizarse para qué; son así, ella y los que la siguen intentando emular con sus insultos: el país de los de arriba y los de abajo, los visibles y los invisibles, los que bailan el minué de los ganadores y los lacayos que velan la juerga.

Entre unos y otros han dado la medida de lo que entienden por convivencia. El insulto se ha desparramado, no es exclusivo de estamento o casta alguna. Es una extraña forma de vida española. Y eso al menos es de agradecer. Las cosas claras. Ojalá la marquesa emulara a San Simeón el estilita y se quedara allá arriba, muda y sin palmeros a quienes parece que les arrebata su clase y las maneras a ella aparejadas.

La máscara de desternille La candidata pepera al gobierno de la comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, tiene prendado al respetable que acude a diario al mentidero a ver qué enormidad o disparate desternillante se le ha ocurrido, acompañado de muecas propias de teatro bufo. A mí me recuerda a esa gente que con crueldad notoria es reclutada en programas guarreras de televisión para que la audiencia se ría de su incultura, su cortedad mental o su tosquedad: apoya los atascos que dificultan la vida ciudadana, pero qué ambiente, una seña de identidad hecha de ruido, polución y mala leche; la casa de campo es cosa de familias, para merendar y así, tal vez por eso la copiosa prostitución arbolada es un clásico; hay gente deseando tener un empleo basura desde su pobreza; carné de identidad o poco menos a los concebidos; defensa de la mujer de derechas que emprende a la semana de dar a luz, frente a la de izquierdas que se hace la víctima; atención médica de larga duración, pero telefónica (un 902?)? “Un día de estos os vais de vacaciones y cuando volváis, porque consideran que la casa está vacía, [Podemos] se la dan a sus amigos okupas”. ¿Así se hace campaña electoral o se animan las ferias populares al modo caricato? Ya no me interesa la respuesta. Tiene un buen maestro en el arte del desbarre. Lo inquietante es quién la ha puesto donde está con la seguridad de que de ese modo encuentre secuaces que le otorguen su voto. Sobran motivos para sentirse ajeno a ese mundo por mucho que en él estés, te guste o no.* Escritor