Reconozco abiertamente que el PNV de vez en cuando me seduce y atrapa mi voto cuando llegan unos comicios electorales. Aunque soy un constitucionalista confeso y me chirría su salmodia independentista, el PNV me ha ido demostrando con el tiempo que es un partido serio. Cuando les ha tocado gobernar en tal o cual municipio o institución, he comprobado que son buenos gestores y que se esfuerzan en lo posible en solventar los problemas de todos. También los de aquellos que introdujeron en las urnas papeletas azules, naranjas o de cualquier otro color; como no podía ser de otra manera. El único pero que les encuentro es esa pulsión independentista -a la que ya me he referido- intrínseca en ellos y que a menudo les hace desbarrar. En colación a esto, espero y deseo que los jeltzales aparquen su inquietud cismática y digan no a una posible alianza con el PDeCAT en las próximas elecciones europeas. Ahora que Puigdemont se ha hecho con el control de este partido, lo ha desnortado, convertido en detritos y lo utiliza solo en su propio interés, considero una irresponsabilidad hacer de su causa -o más bien de su vesania- una bandera y pretender que los vascos la sigamos y defendamos por toda Europa como si fuera la nuestra. La respuesta a este propósito debe ser ¡no!
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