Carrera de vallista
NO se corta, dice lo que siente y cuando se refiere a su persona es, si cabe, aún más transparente. Ayer volvió a reivindicarse porque cree en sí mismo y afronta con naturalidad el debate o la polémica que genera. Iago Herrerín es muy consciente de que vive en medio del fuego cruzado que sus detractores y quienes le defienden han alimentado durante años y persiste hoy, pese a que su titularidad se sustente en un rendimiento notable.
La espontaneidad de Iago Herrerín genera empatía. O lo contrario. Particularmente agradezco que en este fútbol donde el jugador ha aprendido a cubrirse y no duda en recurrir al tópico o insiste en hablar para la galería, haya gente que como él se moja, asumiendo con entereza el riesgo que suele conllevar dar la cara.
El problema de Herrerín es que la suya, aunque loable, es una batalla perdida. Su reflexión sobre la reacción que en el partido contra el Espanyol provocó una de sus intervenciones es la demostración palpable. Dijo que si ese pase a un defensa lo realiza un portero de campanillas (escogió a Ter Stegen y Neuer) se escucharían aplausos y no el “runrún” que emitió San Mamés.
En efecto, lleva razón. Lo que ocurre es que no se juzga la acción, que fue acertada, sino al autor. ¿Por qué? Pues porque Herrerín es víctima de un prejuicio que a la primera oportunidad se transforma en censura.
El criterio de la grada es incontrolable. Establece filias y fobias que a menudo resultan difíciles de entender. Así ha sido siempre. En el actual Athletic, Herrerín no es el único al que le ha tocado sentir que la fortuna no le sonríe en el reparto de las simpatías. Futbolistas de una trayectoria bastante más contrastada llevan años siendo objeto de un trato poco amable, por decirlo suavemente.
Saltan al campo con una lupa encima que les somete a un implacable marcaje. Por supuesto, dicho seguimiento está enfocado a poner de relieve los aspectos negativos. Es gente a la que no se le pasa ni media y se le hace saber en cuanto comete un error; pero si está inspirada o cumple su función, entonces sencillamente se le recompensa con el silencio o, a lo sumo, con el aplauso de la condescendencia.
Luego, están aquellos jugadores que han caído de pie. En este grupo no faltan algunos que gozan de un tratamiento que no se corresponde con su aportación, pero da igual porque a los ojos de la afición son merecedores del cariño incondicional y de una paciencia que sería del todo comprensible, incluso ideal, si no fuera por los agravios que fomenta.
Herrerín se propuso ser el portero del Athletic y han sido tantos los obstáculos que ha tenido que salvar hasta lograrlo que bien podría afirmarse que su carrera se asemeja a la de un vallista. Tras cruzar la meta no se ha dormido, continúa en la pelea, habla claro, se muestra tal cual es. Un punto más a su favor.