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Markel...

Me llamo Markel y hace unos días celebré mi 11º cumplemés. Cuando nací, les dijeron a mi aita y a mi ama que cada hora, cada día, cada semana que pasara era importante y que todo había que celebrarlo. ¡Es lo que tiene haber nacido con 24 semanas y 810 gramos! Mis 128 primeros días de vida los pasé en mi hogar, en mi refugio. Digo mi hogar, y no Neonatología o la 6ª planta de Cruces porque tanto para mí, como para mi ama y mi aita ha sido algo más que una planta de hospital. Nos han tratado, cuidado, mimado y querido como un miembro más de aquella gran familia, mi segunda familia, compuesta no solo por el equipo de profesionales de todos los ámbitos que trabajan allí, sino también por el resto de txikis, aitas y amas, que como nosotros, estaban allí día a día. Dicen aita y ama que fue duro, mucho. Duro, difícil y cansado, pero que gracias a esa gran familia todo fue mucho más fácil para ellos. Esa mano que, para animarlos, siempre tenían encima del hombro o esos abrazos que les daban en los momentos difíciles. Para mí no había más que cariño al hablarme, dulzura al cuidarme, curarme o pincharme, y mimos, ¡muchos mimos! ¿Sabéis que nos vienen a cantar ópera? Eran unos momentos increíbles. El silencio era absoluto, no llorábamos y hasta las máquinas dejaban de pitar. Esta vez mi cumplemés lo celebro en casa. No hay día en que mi aita y mi ama no se acuerden de todas las personas que componen mi segunda familia. Siempre tienen alguna anécdota que contar, pero sobre todo, lo que más repiten es gracias. Gracias una y mil millones de veces, gracias por tanto. Gracias no solo por cuidarme y ayudarme a salir adelante, sino también por querernos y dejarnos quererlos. Por último, quisiera mandar muchísimo ánimo y fuerza a esos pequeños luchadores y luchadoras que, como estuve yo, están ahora allí viviendo la que definitivamente es una experiencia extraordinaria (maravillosa) de vida.