sÍ, ya sé que no son exactamente equiparables ni por sus características concretas ni por las intenciones que les condujeron, pero en todos los casos se trata de dirigentes políticos cuyas intenciones y formas de comportarse chocan con cuanto propugna la propia definición del término “política”: “ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados”. Por extensión, se trata de “la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país”.

El modo como estas definiciones llegan hasta nosotros puede ser de lo más variopinto. Cualquier forma de dictadura también es considerada una forma de ejercer la política, pero se trata de una forma abominable por cuanto somete a la gran mayoría de los ciudadanos a la voluntad de un grupo reducido de dirigentes, ni siquiera a una élite debidamente seleccionada sino más bien osada y atrevida que se apropia de los órganos de poder para ejercerlo de forma absoluta. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha impuesto una estrategia pseudodemocrática mediante la cual dirigentes atrevidos, con vocación de sátrapas, se aprovechan de la democracia para imponer modos de gobernar en buena medida dictatoriales. La última pretensión de estos impostores -que se llaman a sí mismos “servidores públicos”- es imponer medidas absolutistas amparándose en las normas de funcionamiento del sistema democrático. La forma de hacer, amparada y fomentada por los nuevos modos de comunicación (redes sociales, principalmente), no duda en usar falsedades, datos tergiversados, añagazas, falsas previsiones y promesas halagüeñas que se olvidan justamente cuando acaban de ser prometidas públicamente.

De esta manera, la extrema derecha está accediendo a los gobiernos en Europa y América, que no son elegidos en base a principios ideológicos sino en base a apetencias personales o grupales, y a intereses gremiales. Las fuerzas u organizaciones políticas que responden a las viejas ideologías (liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc?) se las ven y se las desean para mostrarse como formas de organización y de gobierno útiles y acogedoras. Cualquier modo de redistribución de las rentas (reparto del dinero y de la riqueza, en suma) es, a la postre, el único modo de alcanzar cotas de igualdad que resuelvan las injusticias imperantes en nuestra sociedad. Sin embargo ese modo responsable de hacer política es combatido mediante mensajes populistas basados en falsedades y mentiras, que son las que sostienen el actual sistema socio-político y son presentadas ante los ciudadanos como meros desajustes de las verdades (acabo de escuchar en un debate entre políticos cómo un líder achacaba a otro que “faltaba a la verdad”; y no es fácil interpretar esa expresión: ¿”faltar a la verdad” es “mentir”?

El descrédito de la política tiene que ver con la escasa consistencia de los políticos actuales y con el significado que se da a los términos usados en el debate político. Ser demócrata no requiere de demasiado esfuerzo actualmente porque a muchos de los que alardean de serlo les basta con someterse a un proceso electoral cada cierto tiempo para sentirse satisfechos; sin embargo, toda democracia requiere otros esfuerzos durante los tiempos que median entre los procesos electorales. No obstante, el ejercicio de la política reclama de los políticos actitudes responsables que no deben limitarse al ejercicio del poder -casi siempre basado en conflictos de intereses-, sino entender la política en un sentido amplio y ético que ponga el bien común por delante del mero predominio de los poderosos. A lo largo del tiempo, la política ha adoptado formas y contenidos muy diversos, pero no todos han respondido a los mismos intereses ni deseos.

Ahora mismo, Europa apenas tiene algún dirigente cuya adscripción política se corresponda debidamente con las ideologías en que dice sustentarse, porque los ideólogos clásicos han sido desacreditados de forma alevosa. Algo más tarde que en el resto de Europa, España se ha integrado ya en ese modo de obrar al introducir cambios definitivos en la nomenclatura de los partidos y formaciones políticas actuales. Aunque el socialismo sigue presente (e insustituible) en esa nomenclatura, las nuevas formaciones han eludido los viejos nombres porque su crédito y reputación se han ido deteriorando, desdibujando y desacreditando, víctimas de su propia cobardía. ¿Qué propondrían los viejos pensadores, los ideólogos del antiguo socialismo, ante un debate político y social como el actual, tan poco exigente y nada beligerante frente a las injusticas que nos muestra una sociedad tan desequilibrada, tanto que da pie, por ejemplo, a este titular de prensa aparecido recientemente: “100.000 euros en la renta media separan al barrio más rico y al barrio más pobre de España”? Y, sin embargo, las cifras que nunca engañan nos muestran ese desnivel, socavón más bien, que separa el nivel adquisitivo del barrio más aventajado de España (La Moraleja) del barrio más deprimido (Barrio Carrús de Elche). ¿No debemos avergonzarnos de ese dato? ¿No debemos sentir vergüenza de que los vecinos del barrio más aventajado intentaran independizarse de todos los de su alrededor, principalmente para no tener que compartir con los más humildes ni el Ayuntamiento?

Lo impostante no es que haya riquezas tan halagüeñas en algunos lugares (ya sabemos que los ricos tienden a juntarse en polos concretos que puedan favorecer su atodefensa y alimentar sus ego personale o de clase social), sino que en otros lugares aniden la miseria y la inseguridad subsiguiente, que terminan por convertir las vidas de sus ocupantes en calvarios de los que, injustamente, se les hace responsables y culpables. Y es en este paisaje en el que el capitalismo (y los capitalistas) dibujan y planifican sus discursos y convierten a los ciudadanos en rehenes de una narración catastrofista. Actualmente, no faltan quienes, aun viviendo de la beneficencia o las ayudas sociales públicas, sienten a los otros pobres y humildes que viven en sus alrededores como sus enemigos o como posibles peligros y competidores que tienen que evitar. Son estos, en buena medida también, los que creen que las amenazas de los ultras autoritarios de Vox, o de los supraconservadores del PP, les protegen, aunque si alguien les cuestiona y pregunta sobre su actitud condescendiente hacia ellos (casi cuatrocientos mil andaluces han votado a Vox y muchos más al PP), no sepan qué responder.

Los líderes populistas, que se están adueñando de los gobiernos ante la impasibilidad de los representantes de los partidos clásicos del centro-izquierda, van acopiando votos de aquí y de allá en base a mensajes parciales o sectoriales infames que no sirven, a la postre, para construir una sociedad más justa e igualitaria. Los grandes principios, que en otro tiempo colmaban los discursos de los líderes políticos, golpeaban y sensibilizaban las conciencias de los ciudadanos que votaban, han quedado reducidos a eslóganes casi comerciales, frases escuetas que insinúan sin llegar a mostrar nada concreto, gritos que buscan más el estruendo que ensordece que el pitido incisivo que alerta y conmueve.

Lo acontecido en Andalucía muy bien pudiera ser considerado un prolegómeno de lo que puede acontecer en España. Ahora que ya hay gobierno andaluz, cabe formularse las preguntas y responder a las dudas suscitadas en el proceso. Si el PP que gobierna casi no dialoga con Vox, y C’s (a quien pertenece el vicepresidente de ese gobierno) ni siquiera se sienta en la mesa con Vox, ¿qué principios éticos han inspirado este gobierno? Con esas actitudes y esos pronunciamientos públicos de lo dirigentes, la política pierde dignidad, significado y decencia, porque supedita sus principios a la conquista y ostentación del poder. ¡He ahí la miseria del debate y estrategia imperantes!

Aunque me he prometido seguir confiando en el rigor y bondad de la política, las dudas empiezan a ser excesivas. No he nombrado más que a los líderes abominables de ese modo de hacer política interesado, clasista y egoísta que han proliferado en los últimos tiempos, a los que aborrezco porque siempre me han parecido indignos de los lugares que ocupan? Aún espero que este miserable paisaje cambie y retornemos todos a la cordura.