En su día Juan Carlos I llamó quimera -sueño irreal- a la nación para vascos y catalanes. La monarquía tiene entre sus funciones arbitrar, moderar y mediar para que funcionen todas las instituciones . Entre ellos y para nuestro interés, está “el Estatuto de Gernika” que él mismo firmó y avaló en el BOE y sin inclinar la balanza hacia ningún lado. Sin embargo y en excesivas ocasiones ha tomado partido y la más clara cuando ante el lendakari Ibarretxe. Y forzó, tanto a Patxi López del PSOE y a Basagoiti del PP, para que se aúnen y así anular al gran lendakari, por lo que no fue el rey de todos, ni falta que hacía. La verdadera quimera fue la suya que empezó siendo muy joven, mató -según él mismo fue un ¿accidente?- a su hermano tres años menor Alfonso que era el aspirante para sucederle en la corona por ser más listo y después de haber relegado a sus hermanas. Los Borbones, casi siempre hemofílicos y propensos a la endogamia, trataron por todos los medios para arreglar las leyes a su medida. Así inició su escalada hacia esa, su quimera. Siguió cuando Franco le ofreció ser rey a cambio de traicionar a su padre; por ello, no puede presumir de ser rey por legitimidad real y sí es rey por la voluntad de Franco, al que aduló mientras vivía. Siendo por entonces príncipe de España, era pobre de solemnidad en el momento de ser heredero del criminal y genocida Franco. Al poco tiempo se le atribuyó -según una revista americana- ser uno de los más ricos de Europa, aprovechándose de su inmunidad jurídica con sus chollos, mientras se pasaban negras en muchos momentos de una crisis galopante, aceptando su pueblo de buena gana su angustiosa situación. Además de los cuernos que dedica sin rubor a su esposa Sofía. Así era y es el hombre al que sus súbditos consideran como el principal activo de España al heredero de aquel que bombardeó Gernika. No es extraño que ese buque llamado España esté a la deriva. Abandonémosles.
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