Nacieron para protestar por la subida del precio de los carburantes, pero según pasan los días sus reivindicaciones crecen, haciéndose más ambiciosas y de carácter más social. Por ello, las escasas concesiones del Gobierno francés, no han servido para calmar ese movimiento, que va sumando más sectores sociales y, en consecuencia, la implicación de importantes de partidos y sindicatos. Tantos grupos y reclamaciones diferentes dan la sensación de caos y falta de objetivos comunes; pero intuyo que tras esa diversidad se oculta el deseo común en los participantes de querer ser parte activa de todas las decisiones sociales y económicas que afecten a los ciudadanos. En otras palabras, impulsar la democracia. Una democracia real, que no se limite a la participación en las convocatorias electorales, y que permita decidir a los ciudadanos sobre las leyes o decretos importantes o problemáticos y abierta también a las propuestas que surjan desde la sociedad. Y esa forma, ya urgente e inevitable, de implicar a los ciudadanos tiene un instrumento idóneo: los referéndum. Nada nuevo, pero que se evitan sistemáticamente en nuestras “democracias parlamentarias”. Referéndum frecuentes y sobre todas las cuestiones social o económicamente importantes ( incluso sobre sentencias o decisiones judiciales no asumidas por la ciudadanía) es lo que necesitan los envejecidos sistemas políticos actuales. Se dirá que ello irá en detrimento del papel de políticos e instituciones. Puede, pero... no parece especialmente grave. Ojalá el movimiento francés sepa dirigir sus exigencias en esa dirección, ya que, además de valer para aglutinarlo, serviría tanto como vía de resolución para sus exigencias actuales como para abrir satisfactorios caminos para reaccionar frente a cualquier problema futuro. Y , por cierto, lo que puede ser positivo para la sociedad francesa puede serlo también para nosotros.