EN los últimos años, el mundo de los juegos de azar ha sufrido un cambio radical, impulsado fundamentalmente por dos características que se han incorporado a nuestras vidas de una forma masiva: el fenómeno de las apuestas deportivas vehiculizado a través de máquinas instaladas en salas de juego y bares, por un lado, y las nuevas tecnologías que permiten arriesgar cierta cantidad de dinero de manera inmediata y fácil incluso por el teléfono móvil. Ello ha supuesto que en la actualidad las apuestas deportivas lideren ya el ránking de las prácticas de juego en Euskadi, desbancando a las tradicionales, en especial a las máquinas tragaperras, de uso ya casi residual. De hecho, la CAV cuenta con un parque de 2.100 máquinas instaladas para apuestas deportivas, lo que supone que las tres empresas operadoras están a punto de llegar al límite permitido. El cambio cultural, por tanto, ha sido sustancial, hasta el punto de que esta forma de juego entendida como una actividad de ocio se ha extendido de forma considerable, de manera singular en un sector social que preocupa especialmente: los jóvenes. Cualquier forma de juego puede tener una vertiente de riesgo más o menos importante en forma de abuso que puede llegar a la ludopatía, un trastorno de adicción que en muchos casos puede llegar a ser grave. Sobre todo, entre los jóvenes, precisamente el sector más atraído por las apuestas deportivas, tanto por el hecho de que se mezcle el azar y la afición al deporte -con la sensación de cierto conocimiento del medio que ello conlleva-, a lo que se une la interacción de las estrellas ligadas a ese campo, lo que contribuye a que los adolescentes no tengan la percepción del riesgo real que tienen. Que es mucho. En este escenario, se celebra hoy el denominado Día sin juegos de azar, impulsado por asociaciones de exadictos a estas prácticas y al que se adhieren distintas instituciones, incluidas las vascas. Se trata de concienciar a la ciudadanía, y en especial a los jóvenes, de los peligros que en-traña este tipo de ocio, que en demasiados casos deriva en un juego descontrolado y, en un extremo, a la ludopatía y al aislamiento social. Aunque la mayoría de los operadores y empresarios de estas actividades se están comprometiendo con la mejora de sus políticas de juego responsable, queda aún mucho por hacer, en especial por extremar la regulación, la prevención y la información y por eliminar las prácticas abusivas.