EL 15 de marzo de 2013, la UPV/EHU invistió a Carmen Reinhart, una economista norteamericana de origen cubano, como doctora honoris causa. El motivo aducido: que “sus labores de investigación a lo largo de su amplia trayectoria académica e investigadora se han centrado en la economía y las finanzas internacionales, en especial, las crisis financieras y las crisis de deuda”.

Reinhart y su colega Kenneth H. Rogoff son los autores del aclamado libro, publicado en plena depresión en 2009, sobre la historia de las crisis financieras, This time is different. También han realizado varios trabajos derivados de esta investigación, cuya principal conclusión es que las altas proporciones de deuda en relación con el PIB conducen a largos períodos de lento crecimiento. Su argumento es que el 90% es un límite, y que los países con una relación deuda/PIB superior a este nivel experimentan un crecimiento notablemente más lento que los países que tienen una relación deuda/PIB inferior a este nivel. La conclusión principal es que el objetivo principal de la política económica tiene que ser asegurar que la relación deuda/PIB no supere el 90%.

Justo un mes después de la concesión del doctorado en la universidad vasca, el 16 de abril de 2013, Thomas Herndon, un estudiante de doctorado, en un documento de trabajo del Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts en Amherst, con el apoyo de dos profesores de dicha universidad, Michael Ash y Robert Pollin, pusieron en evidencia que los cálculos de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en el estudio Growth in a time of debt (2010) sobre la correlación inversa entre deuda y crecimiento, sobre el que se basan las conocidas y padecidas políticas de austeridad, son erróneos. Como afirman en el informe, “encontramos que los errores de codificación, exclusión selectiva de los datos disponibles y ponderación no convencional de las estadísticas de síntesis conducen a graves errores que representan de manera inexacta la relación entre la deuda pública y la deuda pública y el crecimiento del PIB en 20 economías avanzadas en el período de posguerra. Nuestro hallazgo es que, cuando se calcula correctamente, la tasa media de crecimiento del PIB real de los países que tienen una relación entre deuda pública y PIB de más del 90% es en realidad del 2,2%, no del -0,1% publicado por Reinhart y Rogoff. Es decir, contrariamente a su afirmación, el crecimiento medio del PIB de deuda pública/PIB superior al 90% “no es dramáticamente diferente que cuando la relación deuda/PIB es más baja”.

Pero si la relación entre nivel de endeudamiento (alto) y crecimiento económico (bajo) no existe, no parece que ello le importe demasiado a los responsables políticos de la Unión Europea, quienes han utilizado precisamente los datos de Reinhart y Rogoff como principal justificación para imponer el ajuste permanente inscrito en el Pacto de Estabilidad y las reglas del semestre europeo, que ha suprimido el control legislativo de los presupuestos para dárselo a unos cuantos burócratas fanatizados por la ideología liberal al uso.

Otro economista de Amherst, Dean Baker, reflexionando sobre el descubrimiento del estudiante Thomas Herndon, mostraba que el más importante de los errores de Reinhart y Rogoff fue la exclusión de cuatro años de datos de crecimiento de Nueva Zelanda, en los que se situaba por encima del umbral del 90% de la deuda con respecto al PIB. Cuando se añaden estos cuatro años, la tasa de crecimiento promedio en Nueva Zelanda para los años de alta deuda fue del 2,6%, en comparación con el -7,6% que nuestros laureados autores habían calculado. A la luz de tamaña impostura, Baker se preguntaba: “¿Cuánto desempleo ha causado el error aritmético de Reinhart y Rogoff?”. En Europa, trabajos como el chapucero que comentamos y sus derivados se han utilizado para justificar políticas de austeridad que han elevado la tasa de desempleo por encima del 10% para la zona euro en su conjunto y por encima del 20% en Grecia y España. En otras palabras, se trata de un error que ha tenido enormes consecuencias.

Sin duda, los millones de electores que están apostando por el populismo en cualquiera de sus versiones intuyen que la historia que les están contado los gobiernos y la burocracia comunitaria no es la verdad. Quizá no sepan que, por ejemplo, la deuda pública española medida con los criterios de Bruselas puede estar en el 99%, pero también se puede medir como la diferencia entre los pasivos (lo que tienen que pagar) y los activos de los que dispone el Estado (ya saben: los préstamos que le hemos hecho a Grecia y a otros países o los títulos de deuda pública en manos de la Seguridad social?) y entonces la deuda neta se reduce a menos del 75% del PIB.

Quizá la gente tampoco entienda que si los tipos de interés aumentan, como amenaza un día sí y otro también la mafia instalada en el BCE a quienes pretenden incumplir las reglas del ajuste permanente -a Grecia ayer o a Italia hoy y a todos mañana- con el chantaje de dejar de comprar títulos de deuda pública a los bancos, con ello lo que ocurrirá es que los títulos actuales, emitidos a bajos tipos de interés, se devaluarán fuertemente y el Estado podrá recomprarlos con importantes descuentos, reduciendo así la relación entre la deuda y el PIB.

Quizá ignoren que la idea de que la deuda ralentiza el crecimiento -implícita en el nombre del Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento que nos tiene atornillados en la eurozona- no encuentra mayor justificación que la contraria, es decir, que el bajo crecimiento está en el origen del mantenimiento de un elevado endeudamiento y que, por lo tanto, hay que aplicar políticas que aumenten el denominador -el crecimiento del PIB- para poder reducir el numerador y por tanto la ratio deuda/PIB de forma acelerada.

Pero lo que sí ha experimentado la población de todos los países sujetos a las reglas del ajuste permanente es que cada vez hay que trabajar más para ganar menos, para pagar más impuestos y recibir menos prestaciones sociales. Y que, en muchos casos, el problema es que no se logra ganar nada porque no hay más trabajo porque no hay más producción, a pesar de las enormes necesidades de bienes y servicios -es decir de productos del trabajo- que sufren millones de personas, con frecuencias las mismas que no logran un empleo. Y saben que las políticas del ajuste permanente están condenando a las generaciones actuales y a las generaciones futuras a llevar una vida de precariedad en medio de la abundancia, de limitaciones a lo que el Estado puede hacer, que no es todo, pero sí bastante más de los que permiten las reglas autoimpuestas basadas en opiniones tan discutibles como las de nuestros economistas de éxito.

Y si no hay respuestas razonables a lo que sí experimenta y sabe la gente, ésta buscará soluciones mágicas. La vía del ajuste permanente, señores, ya no da más de sí. Cuanto más tarde en cambiar el rumbo las políticas públicas, peor nos irá a todos.