El caso del periodista saudí Jamal Khashoggi, muerto en circunstancias aún por esclarecer en el consulado de su país en Estambul, se puede convertir en un examen a la solidez de la comunidad internacional, con las primeras potencias a la cabeza, en su argumentación teórica sobre la defensa de los derechos humanos y de la democracia, y la puesta en práctica de ambos ejes fundamentales de cualquier sociedad civilizada. Existe el cuerpo del delito, un móvil y unos presuntos culpables meridianamente identificados. Sin embargo, cuando se trata de episodios que conciernen a los estados y sus relaciones económicas y geoestratégicas, la justicia entra en un túnel que en muchas ocasiones no augura una boca de salida. Pocas dudas hay de que el culpable de la muerte y desaparición del cuerpo del periodista Khashoggi, crítico con el heredero de la corona en Arabia Saudí, es el régimen de este país. El presunto autor, sin embargo, es muy poderoso, como poderosos son sus aliados, y el mal que podría sufrir el primero conllevaría un perjuicio no menor para sus socios. En este escenario, aparece en primer plano el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que ya antes de llegar a la Casa Blanca declaró que sus “amigos” saudíes le hacían ganar muchos millones de dólares, y no hay que olvidar que el magnate no se ha desprendido de sus negocios, sino que los ha trasladado a sus tentáculos familiares. Una vez en su cargo, Trump no dudó en realizar su primer viaje oficial a Riad. Estados Unidos vende armas al régimen saudí y, a cambio, puede jugar con las reservas petrolíferas del mismo. Puesto todo ello en un plato de la balanza, mientras que el otro solo alberga la débil figura de un periodista, hay pocas dudas de hacia dónde se inclinarán las decisiones. Poco importa que en ese platillo ocupado por el cuerpo de Khashoggi estén también el respeto a los derechos humanos y la defensa de los principios democráticos, porque para algunos mandatarios estas son materias etéreas sin un peso específico determinante más allá de las palabras, que tampoco pesan, lo que provoca que, en demasiadas ocasiones, se las lleve el viento. Otros muchos gobiernos adoptarán, seguramente, la misma postura de Trump, aunque quizá con un primer ejercicio de rasgado de vestiduras. En el consulado saudí de Estambul habrá muerto, así, junto a un periodista, otro órgano esencial de la democracia.