LA ciencia tiene un papel importantísimo que jugar en cualquier democracia, y no me refiero solamente a la propia actividad y resultados científicos que son posibles mediante financiación pública y privada, ni tampoco me refiero a la importancia de la ciencia como catalizador del desarrollo económico. Me refiero principalmente a algunos de los valores y normas de la comunidad y la práctica científica como modelos o referentes del comportamiento cívico que debería ser inherente a cualquier sociedad que defiende la libertad individual y la verdad en las interacciones entre sus miembros.

El sueño de la Ilustración fue trasplantar los hábitos de racionalidad y objetividad tan característicos de la ciencia a la sociedad en general. Hoy nos damos cuenta de que cada parte de ese proyecto es más compleja de lo que los philosophes podrían haber imaginado. Y es la ciencia misma la que ha complicado las cosas. Un concepto adecuado de racionalidad ahora debe incluir estadísticas y teoría de juegos; los psicólogos cognitivos han revelado los muchos métodos de aproximación y esquematización en capas que operan cuando tratamos de ser objetivos; y solo en el último siglo hemos desarrollado algo que se acerque a una comprensión científica de la naturaleza de la sociedad.

Las normas de la ciencia también han evolucionado. La ciencia siempre ha sido una empresa cooperativa (y también competitiva), pero el advenimiento de la llamada Gran Ciencia requirió un nivel de diferenciación de roles y trabajo en equipo mucho más allá de lo que Bacon previó en su Nueva Atlántida. La ciencia siempre ha valorado los instrumentos confiables que aumentaron el alcance y la precisión de la observación, pero la compleja estructura del equipamiento experimental actual ha introducido todo tipo de complicaciones en los procesos de calibración e interpretación de resultados observacionales. Los científicos siempre han guardado su autonomía respecto de los patrocinadores, pero como cada día es más caro investigar, es menos fácil para los científicos emprender los proyectos que consideran más fundamentales. Es más difícil ser hoy un científico virtuoso.

Karl Popper describe la responsabilidad especial del científico de advertir e informar al público bajo el principio de sagesse oblige. “Antes -dice Popper- el científico puro tenía solo una responsabilidad más allá de las que tienen todos los demás: buscar la verdad.... Dado que el científico natural se ha involucrado inextricablemente en la aplicación de la ciencia, debe considerar como una de sus responsabilidades especiales prever en la medida de lo posible las consecuencias involuntarias de su trabajo y llamar la atención desde el principio sobre las que debemos esforzarnos en evitar”.

Al mismo tiempo que la ciencia informa al público, creo que una mayor conciencia de las muchas obligaciones y comportamientos de los científicos puede resultar en un paradigma más realista y fructífero, más valioso, para el resto de la sociedad. En culturas en las que el pensamiento y las actitudes religiosas o míticas están muy enraizados, o en aquellas en las que la confianza interpersonal sufre por el mal funcionamiento de los paradigmas de honestidad, el referente científico de búsqueda de la verdad, escepticismo y sentido crítico, respeto por los hechos y la realidad empírica y justa atribución del mérito y el reconocimiento es muy necesario para fomentar una sociedad más transparente, justa y democrática.

Nuestra vida cotidiana está llena de situaciones en las que las generalizaciones de sentido común que hacemos sobre el mundo y otras personas no son corroboradas por la experiencia. Y ahí están los creyentes en mitos proporcionando lo que consideran como explicaciones profundas y unificadoras. En la comunidad científica, en su mayor parte, se recompensa activamente a las personas que exponen contradicciones o lagunas dentro del cuerpo de la ciencia. El folclore y los sistemas religiosos, por el contrario, a menudo están integrados en las instituciones conservadoras que desalientan la crítica o la revisión de las creencias tradicionales.

Los científicos prueban conjeturas contra resultados experimentales y observaciones. Pero no todas las pruebas tienen el mismo valor epistémico. Recopilar datos de tal manera que sea imposible descubrir contraejemplos a la conjetura no tiene ningún valor probatorio. Debido a que el conocimiento científico está tan bien articulado, es relativamente fácil descubrir fallas en él y las normas de la ciencia nos alientan a tomar tales problemas muy en serio. Esta actitud es muy positiva desde un punto de vista cívico democrático.

Tratar de adquirir una visión coherente o de principio acerca del mundo que nos rodea es un valor cívico positivo que tiene su contraparte en la ciencia. Incluso si el científico tiene la suerte de descubrir una generalización que parece no tener excepciones, él o ella se enfrenta a tratar de explicar qué causa la regularidad, por qué las cosas suceden así, o si se puede encontrar una teoría unificada que cubra dos o más dominios que hayan sido tratados previamente por separado. La falta de coherencia y las contradicciones, la carencia de unidad de las teorías, son problemáticas en ciencia.

La ciencia depende de los valores democráticos de cooperación, investigación libre y una comunidad de conocimiento y este postulado está en la base de la ciencia cívica. La ciencia cívica es un enfoque de la investigación científica que revitaliza los propósitos y las prácticas democráticas de la ciencia. La ciencia cívica ha de tener como objetivo lograr un progreso sustancial en las controversias relacionadas con la ciencia mediante la incorporación de las habilidades cívicas, y su objetivo ha de ser construir una democracia participativa en la ciencia y la sociedad. En la ciencia cívica, el conocimiento científico es un recurso público vital en la resolución pública de problemas.

La ciencia cívica es un método de investigación de importantes problemas contemporáneos que enriquecen la democracia al formar equipos de ciudadanos de todos antecedentes y disciplinas, no solo científicos, para colaborar en proyectos compartidos que analizan las condiciones actuales, visualizan un mejor futuro e idean un camino hacia ese futuro. ¿Cómo funciona el mundo? ¿Qué deberíamos hacer frente a problemas complejos? La ciencia cívica integra su trabajo con las artes, las humanidades y el diseño para hacer preguntas fundamentales sobre lo que es bueno y justo, animándonos a imaginar y debatir formas de relacionarse y vivir como ciudadanos cívicos.

La ciencia cívica es ciencia transdisciplinar, pero amplía y enriquece dicho marco al vincular estrechamente la práctica científica a la democracia y a otras formas de conocimiento para aprender de las artes, las humanidades y otras disciplinas. Comparte con la llamada “ciencia ciudadana” su carácter de comunidad participativa de investigación basada en los movimientos sociales y enfocada en problemas complejos, apremiantes, del mundo real, y valora diversas formas de conocimiento. La ciencia cívica apunta intencional y explícitamente a promover la democracia al enmarcar la investigación como una oportunidad para que los participantes desarrollen su capacidad para trabajar a través de las diferencias, crear recursos comunes y negociar un modo de vida compartido y democrático.

Como práctica democrática y científica, la ciencia cívica tiene un potencial único para avanzar en la deliberación pública, la acción colectiva y las políticas públicas sobre cuestiones apremiantes como la seguridad energética, el cambio climático, la agricultura sostenible, la pobreza y el cuidado de la salud. Estos y otros “problemas perversos” requieren no solo los conocimientos de numerosas disciplinas académicas y conocimiento contextual, sino también enfoques de gobernanza que no estén paralizados por la incertidumbre y puedan adaptarse a nueva información a medida que surja.