C UANDO se destapó el caso Noos mostré cierta simpatía por Iñaki Urdangarin, todavía hoy en día me reprochan algunos amigos la tibieza con la que opiné en aquellos primeros días. Lo cierto es que sospechaba que el yerno se había visto arrastrado por las redes del suegro rey, por una forma de hacer que durante décadas había llenado las arcas reales, que no las del reino. La implicación de personas del círculo cercano del monarca en la causa judicial refuerzan esa idea. Tanto como la pena impuesta a la infanta -o lo que sea ahora-, que es tan liviana que no merece ni la consideración de pena. Como ha dicho alguno de los implicados en la trama, ha quedado en evidencia que en la operación de malversación y prevaricación el DNI de la mujer era un escudo. El caso es que de alguna forma sigo viendo a Urdangarin como cabeza de turco y que me perdonen los ciudadanos de ese país. A decir verdad, los actos que organizaba el duque emPalmado se celebraron. Otra cosa es que lograra las contrataciones con alevosía y ventaja. No fue robo y saqueo, sino clasismo y mamoneo con dinero público, salpicado además con unos pellizcos de fraude fiscal. Tuvo Urdangarin la mala suerte de toparse con una crisis económica justo después de que sus negocios florecieran en pleno boom. Llegó la sequía y quedaron al desnudo todas las miserias. Y de alguna forma, la cabeza del duque y la abdidación de su suegro han sido la tabla de salvación real, al menos de momento.
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