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Presidente exprés

El PP es un partido tocado por la corrupción; al igual que lo es el PSOE. A día de hoy ambos tienen asuntos judiciales pendientes. Los malabares políticos que han conducido a Pedro Sánchez a convertirse en presidente son arriesgados y no resuelven la situación de lacerante corruptela dentro de la clase política. Este relevo meteórico de Gobierno no conduce a nada nuevo que no sea más de lo mismo. Urge desde hace mucho tiempo un pacto de Estado contra la corrupción al margen de las ideologías. De tal manera que un servidor público en el mismo instante en el que se le relacione con malas prácticas se le cese en su cargo, además de leyes específicas duras para estos servidores públicos. La corrupción es insostenible al igual que lo ha sido la pasividad ante esta lacra. No obstante, la precipitación ambiciosa por llegar a la Moncloa denota falta de responsabilidad. Este nuevo Gobierno en precario, que no ha pasado por las urnas, se enfrenta a su primera crisis seria, la de gorbernabilidad. Lejos de ser una solución definitiva no es más que una expectativa de visos erráticos. Es lamentable que ahora mismo, ideología aparte, tengamos a los peores políticos para gestionar una de las peores crisis de la democracia. La corrupción en política conduce al desastre; y el oportunismo y la ambición personal y partidista, también. La Legislatura estaba ya agotada por lo que lo aconsejable era convocar nuevas elecciones. Sánchez ha puenteado a las urnas en su deseo de llegar a la Moncloa. Eso sí, tras noventa días de Gobierno ya tendremos a un nuevo ex presidente con pensión vitalicia.