ASÍ, la crisis catalana se vuelve a introducir en una especie de bucle melancólico, con los partidos independentistas y constitucionalistas incapaces de desenredarlo. Para complicarlo aún más, la ciudadanía ha vuelto a confirmar la fractura política y social en dos mitades equivalentes. Si en la política actual se echa de menos una mayor altura de miras, estadistas de peso y virtudes como la audacia, la imaginación y la generosidad, en este espinoso tema estas carencias se multiplican.
También ha sido 2017 el año de la constatación de otros fracasos, quizás el más doloroso el de la violencia machista. Termina con una cifra escalofriante de 54 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, más nada menos que 8 niños y niñas, por no citar a decenas de huérfanos y familias rotas. Un fracaso que va a exigir a la clase política un esfuerzo complementario.
La crisis ha mejorado, pero no así la situación de un sector importante de nuestra juventud, en paro, o con empleos cada vez más precarios. Se sigue por el terrible camino de que existan gentes con trabajo, pero en situación de pobreza o de exclusión social.
Y ha sido otro año de la corrupción sin fin. El PP, Convergencia y PSOE se han visto involucrados de una u otra manera en escándalos de ese tipo. Con mayor contundencia el primero, acosado por casos que poco a poco van pasando por el filtro de la justicia. Que al partido del gobierno se le acuse de ser una “organización criminal” es de una gravedad sin precedentes. Pero todo ello sin ningún castigo electoral, con una sociedad a la que parece que estos temas afectan a la hora de la encuesta del CIS pero no al emitir su voto. Y el denominado caso Pujol, o el del Palao en Catalunya y el de los ERE en Andalucía abochornan a las gentes más sensatas.
Ha sido asimismo el año del desencuentro, el encuentro y de nuevo el desencuentro de una izquierda que parece a la deriva, incapaz de ponerse de acuerdo y de aprovechar las debilidades actuales de su rival. Y el terrorismo yihadista ha golpeado de nuevo a nuestro país, en Barcelona en esta ocasión, pero casi ningún país de Europa se ha librado de sufrirlo. Existe una incapacidad para atacar de raíz el problema de esos jóvenes, en muchos casos integrados en nuestra sociedad, dispuestos a hacer tanto daño.
Un elemento positivo de los pasados doce meses han sido los avances sobre la paz y la convivencia. El trabajo de la sociedad civil, en especial desde un plural Foro Social Permanente han dado sus frutos y la D, del código internacional DDR, ya se ha cumplido. ETA se ha desarmado de manera unilateral y con garantías. Ahora falta rematar la faena con la otra D, la desmovilización, o disolución y en la otra orilla del antaño río de aguas turbulentas hoy remansado, con la R de reintegración acercando las y los presos y buscando soluciones para quienes están fuera. Después vendrá continuar con el complejo trabajo de la convivencia.
Fuera de nuestras fronteras, las guerras de Siria e Irak están acabando con la derrota del Daesh, pero esto abre otro peligro a medio y largo plazo, la vuelta de centenares, quizás miles, de militantes adiestrados para matar y dispuestos a exportar su “guerra santa”. O Europa, el primer mundo, se toma muy en serio atacar la raíz del problema o seguirá el sufrimiento.
En EE.UU., el nuevo presidente Donald Trump continúa con sus ocurrencias, empeñado en gobernar a golpe de tuits. La última, meter su zarpa en el conflicto árabe-israelí para azuzar los rescoldos. El comentario sobre reconocer a Jerusalén como capital de Israel, puede tener consecuencias desastrosas para la inestable situación en la zona. Y su confrontación con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha creado una tensión sin precedentes, más aún teniendo en cuenta la condición nuclear de dicho país.
Mientras, el cambio climático avanza de manera peligrosa para la humanidad, incapaz de frenar la emisión de elementos contaminantes, agravada por la posición del líder mundial más poderoso, de nuevo Trump, contraria a su control. Nuevo peligro sin resolver.
En Europa, el Brexit continúa su camino, la UE no termina de consolidarse y los avances de la extrema derecha en algunos países no ayudan. La izquierda, mientras tanto, sigue sumida en una profunda crisis y ni está ni se la espera en los próximos años. Solo Portugal o Grecia, más la primera, suponen un pequeño islote entre tanto gobierno conservador.
La crisis de los refugiados es otra de las asignaturas pendientes. Sigue muriendo gente en un Mediterráneo convertido en una gigantesca tumba de personas desesperadas huyendo de guerras, hambre y enfermedades. Aunque quizás la mayor crisis que asole occidente sea la de los valores, cada vez más en desuso en un mundo individualista y egoísta. Es probable que, como aseguraban algunos expertos, hayamos entrado en una segunda Edad Media, aunque el elemento positivo sea la esperanza de recordar que la primera tuvo su continuación en el Renacimiento.
Ha terminador un mal año, y comienza uno nuevo incierto en todo lo reseñado. Para empezar lo hace con mal pié al menos en tres aspectos.
El pasado día 3, José Antonio Pérez Tapias anunció que abandonaba su militancia de 25 años en el PSOE. Allí donde había sido diputado, candidato a su secretaría general frente a Pedro Sánchez y Eduardo Madina, además de líder de Izquierda Socialista hasta la profunda crisis abierta en la misma y que aún perdura.
Se va decepcionado después de haber puesto toda la carne en el asador, impulsando y apoyando la candidatura de Pedro Sánchez en una campaña con el lema “somos la izquierda” en la que se cantaba La Internacional puño en alto, con propuestas de unidad con el resto de la izquierda, flirteos evidentes con el mundo nacionalista, confrontación directa con el PP y Cs (aún resuena el contundente “no es no”) y defensa cerrada a un Estado Federal Plurinacional. Tapias se va porque todas ellas han quedado abandonadas por el camino, lo que supone la descapitalización del PSOE precisamente por su izquierda. Quienes estos días le han criticado con dureza ignoran, que se va precisamente porque quiere y respeta al partido donde ha militado tanto tiempo.
Pero apunta que seguirá con la bandera socialista en otros lugares, sin abandonar la política, defendiendo precisamente esos conceptos; que las diferentes izquierdas deben entenderse para derrotar al PP y Cs y que se debe abrir un nuevo proceso constituyente, que solucione definitivamente el viejo problema de las tensiones centro-periferia a través de un Estado Federal Plurinacional. ¿Hay espacio entre el PSOE actual y el Podemos actual para una nueva formación que recoja a los desencantados de ambas formaciones y los votantes que han ido nutriendo la abstención? Los datos sociológicos dicen que sí.
La segunda mala noticia que ha traído el nuevo año es la decisión del TS de mantener en prisión al líder de ERC, Oriol Junqueras. Porque si hay alguien en el mundo nacionalista con capacidad de dialogar con autoridad con el gobierno de Rajoy es precisamente él. Una persona formada política y culturalmente.
Mala noticia para la resolución de un complejo conflicto. Es la alternativa seria a un cada vez más mesiánico y alejado de la realidad Puigdemont cuando quizás este nuevo año el PP aproveche la debilidad de sus oponentes y nos traiga unas elecciones anticipadas de terribles consecuencias para una izquierda a la greña.
Tampoco en la violencia de género comienza el año con buen pie. El caso de Diana Quer conmociona a una sociedad incapaz de frenar este espiral de violencia contra la mujer.
En contraposición, nos llega una buena noticia: el Foro Social Permanente asegura que en un plazo máximo de seis meses se producirá la desmovilización (disolución, hablando claro) de ETA.
Fuera Trump sigue con sus andanzas ahora batallando contra un libro sobre sus desmanes mientras el cambio climático asola al país que se niega a poner medios para evitarlo y Nueva York se hiela de frío.
Debemos mantener la esperanza. De ilusión también se vive.