TRAS unas semanas de fuerte y constante tensión, las aguas políticas en Catalunya parecen bajar más sosegadas. Aunque si bien es cierto que la corriente es todavía turbulenta y puede desbordarse en cualquier momento, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se han dado cuenta de la imperiosa necesidad de intentar crear puentes. Volver a un escenario de normalidad parece sumamente difícil. Desde el Gobierno y el PSOE apuntan a la celebración de elecciones autonómicas como posible solución.
El pasado día 10, cuando todo hacía presagiar que Carles Puigdemont, president de la Generalitat, declararía unilateralmente la independencia de Catalunya, hubo marcha atrás. En un confuso discurso, Puigdemont, tras anunciar la independencia primero la revocó ocho minutos más tarde para tratar de encontrar una solución dialogada. La proclamación no proclamada, luego suspendida y más tarde no votada, pero convertida en documento firmado por 72 parlamentarios parecía sacada del espíritu de otro catalán ya fallecido: Salvador Dalí, máximo exponente del surrealismo. Nunca una república fue tan fugaz y sobre todo tan confusa. Todos nos quedamos perplejos, pero con la sensación de que se había evitado el peor de los escenarios. Una decena de periodistas extranjeros vagaban por los pasillos con cara de no entender nada.
La pregunta fundamental sigue días después en el aire: ¿Ha habido declaración de independencia o no? La ambigüedad del documento permite que cada uno la interprete a su manera, muchas veces en función de su credo político. El Gobierno de Mariano Rajoy ha apremiado al Govern a dar una respuesta clara sobre su intencionalidad antes de mañana bajo la amenaza de aplicar el artículo 155, que vaciaría de contenido el Estatut. Por otra parte, Rajoy, al menos en público, rechaza con contundencia las numerosas ofertas de mediadores, ya sean nacionales o internacionales.
¿Por qué la marcha atrás? Después de estar a un paso de la Declaración Unilateral de Independencia y casi en el último momento se dio un giro de 180 grados. El PDeCAT, heredero de Convergencia Democrática, más sensible al mundo de la empresa que sus otros dos socios, Esquerra Republicana y la CUP, pidió rectificar y dar al diálogo una nueva oportunidad. La comparecencia se atrasó una hora en la que la negociación entre los miembros del tripartito fue a cara de perro. Esquerra y la CUP no estaban de acuerdo con su socio. Más tarde y con rostro de cansancio, el president Puigdemont dio lectura a la confusa declaración. “Traición” fue la palabra que flotó en el ambiente.
A tan solo unos metros de la cima, el independentismo se agotó, las reacciones de las cancillerías internacionales apelando al diálogo, las opiniones de algunos consejeros de la Generalitat del PDeCAT y la presión económica por parte de algunas grandes empresas catalanas fueron los principales obstáculos para la consecución del objetivo soñado por muchos.
Consecuencias Para unos, respiro y alivio; para otros, frustración y enfado. Curiosamente, el freno a la declaración unilateral ha parecido provocar la reacción de algunos radicales unionistas que se las prometían felices en un clima de confrontación abierta. Le faltaron minutos a Xavier García-Albiol, presidente del Partido Popular de Cataluña, para manifestar que la declaración del president suponía la voladura del Estatut y de la autonomía. Inés Arrimadas, parlamentaria de Ciudadanos, no supo o no quiso adaptarse al tono conciliador de Puigdemont. Con un discurso de enorme dureza, Arrimadas criticó lo que antes había pedido con vehemencia: la retirada de la proclamación de independencia. Por otra parte, la decisión del president ha provocado también frustración y enfado en las filas de los que le apoyaban. Ahora tendrán que dialogar entre ellos para evitar una fractura previsible que puede debilitar el tripartito. Las diferencias entre la CUP y el PDeCAT son grandes y puede que este episodio las haya convertido en abismales.
Respuesta de Rajoy Quizás sea solo un espejismo, pero el tono del presidente de Gobierno un día más tarde en el Congreso de los Diputados fue conciliador. En ningún momento quiso echar sal sobre la herida, ni forzar la humillación de sus rivales políticos. El hecho de haber cerrado un calendario concreto con el Partido Socialista para la reforma de la Constitución y el apoyo de Pedro Sánchez es un buen colchón que a Rajoy le da enorme tranquilidad.
Sin embargo, la responsabilidad del presidente en la crisis con Catalunya es notable, La política del avestruz que tan a menudo emplea ha hecho que el problema se agrande y se enquiste de tal manera que el contencioso parezca irresoluble a día de hoy. Unos años antes todo hubiera sido infinitamente más abordable. Escudarse tras los jueces, las instituciones o el rey es una manera de evitar hacer política, que es al fin y al cabo para lo que le han elegido. Hasta ahora, Rajoy, pero no solo él, ha hablado de la Constitución como si esta estuviese escrita sobre piedra y fuese imposible de cambiar. Ya parece que es hora de dejar ese discurso tan poco convincente.
La violencia empleada por los llamados cuerpos de seguridad durante el día 1 de octubre tiene que haber dejado algún tipo de mella en Rajoy. Las imágenes de la brutalidad han recorrido todo el mundo. Justificar esa violencia ejercida contra pacíficos ciudadanos que defienden su derecho al voto coloca al país muy cerca de indeseables dictaduras. Sería alarmante que Mariano Rajoy no hubiese aprendido de esta lección.
Renacido españolismo El problema no es tanto Catalunya como España. Una parte significativa del país se ha atrincherado contra los deseos de otra parte de su ciudadanía. Hay una España, no toda afortunadamente, que desprecia lo que no entiende. Es la España que no admite otras identidades y que se siente amenazada por sus propios ciudadanos y ciudadanas. Es la España que sufre de patrioterismo bipolar y jalea a los guardias civiles que aporrean a sus conciudadanos. La burda frase dirigida a un jugador de fútbol es reveladora: “Piqué traidor, España es tu nación”. A mí me recuerda al papel del maltratador: “No te respeto, no te quiero, pero no te dejaré marchar”. Construir un país sobre esos pilares me parece imposible. No me extraña que algunos opten por derribar la casa, o al menos, pedir que les dejen hacer obras de urgencia.
Resolver el tema de Catalunya sería resolver España. Empieza a haber gente con capacidad política para generar otro tipo de discurso. Lo decía el portavoz del PNV, Aitor Esteban, en el Congreso: “Habrá que decir algo más que viva España, viva el rey, viva el orden y la ley”. Hacer política, en suma. También la sociedad civil tiene un papel que jugar, como se ha demostrado los pasados días en tierras catalanas.
Ojalá se abra un tiempo nuevo. A pesar de su confusa declaración, Puigdemont, ha abierto la mano. Seguro que, más pronto que tarde, se abrirán también las urnas.