EN una viñeta de The New York Times tras el 1-O se ve un policía antidisturbios español golpeando y resquebrajando la frontera entre Catalunya y España. No imagino mejor resumen de lo que está ocurriendo estos días en Catalunya. Seguramente, desde la distancia se tiene más perspectiva para la síntesis. Efectivamente, se ha iniciado un nuevo capítulo del proceso de soberanía con la brutal represión ¿policial? Para muchos catalanes no puede considerarse policía quien golpea en la cabeza a gente pacíficamente sentada, que no distingue entre edades, que estira de los cabellos, que sigue golpeando cuando ya se ha abierto camino, que rompe puertas y destroza cristales de escuelas y ayuntamientos, que insulta y se mueve bajo la consigna del “a por ellos”. La policía está para proteger y mantener el orden, para asegurar las propiedades públicas y privadas y tiene unos códigos de conducta. La policía no genera miedo indiscriminado. Si es así, ¿todavía se le puede seguir llamando policía? En el lenguaje tradicional de la izquierda independentista, durante décadas minoritaria, la fórmula oficial para calificar a la policía del Estado era “fuerzas de ocupación”. Desde hace unos días ese lenguaje se ha generalizado entre la población y forma parte de la visión compartida por el soberanismo mayoritario.
Sin embargo, el golpe casi definitivo ha venido después, cuando nos hemos dado cuenta de que su violenta represión no es fruto de una mala decisión de unos mandos o de un ministro de un gobierno sino una misión de Estado tras el penoso discurso del rey que anticipa el recurso al artículo 155 de la Constitución. En la alocución de Felipe VI no hubo ni una sola referencia al diálogo, ni una sola referencia a las víctimas, a las demandas legítimas de una parte de sus teóricamente súbditos. La figura del jefe de Estado como árbitro institucional que se sitúa por encima de uno y otro gobierno quedó consumida en seis tristes minutos de tono severo y aleccionador. El rey acababa de abdicar de Cataluña. Las mayorías parlamentarias siempre pueden cambiar, pero no se puede sustituir a un monarca, al menos no sin un cambio de régimen. Si el Estado no puede cambiar, cambiaremos de Estado. Una y otra vez, las instituciones españolas fabricando independentistas mucho más rápido que los discursos pronunciados en Catalunya. Lo decía David Fernández en una frase que se ha hecho célebre: “Si no hay una vía democrática a la independencia, habrá una vía independentista a la democracia”.
“Els carrers seran sempre nostres” El 1-O. En circunstancias muy difíciles, pero más de dos millones de catalanes ejercieron su voto. Según los resultados provisionales un 90% a favor del sí. Pero el 1-O no solo se votó. Se pusieron unas nuevas bases al relato colectivo, aquel que conforman las naciones. “Votarem!”: centenares de miles de personas lo gritaban, juntas, compartiendo miedos, estrategias, noches en vela en los colegios electorales para que no se pudieran cerrar. Desconocidos que comparten momentos de una gran emotividad durante unas horas, unos días en otros casos, con el objetivo de garantizar el derecho al voto. No son necesarias las banderas para reforzar el espíritu de comunidad en estas circunstancias. De hecho, en las últimas movilizaciones se han visto muchas menos que en cualquier 11 de setiembre. Hay un sentimiento de pertenencia que se ha reforzado. Y, pese a la suma de emociones contradictorias, las complicidades que observo a mi alrededor me recuerdan aquellos sentimientos positivos que, para sorpresa de los investigadores, reportaban los ciudadanos londinenses que habían vivido los bombardeos de la ciudad. ¿Pero cómo iban a tener buenos recuerdos de eso? Por las mismas razones que hoy, en muchos pueblos y barrios, pese a los heridos y a la tensión, se habla con satisfacción y orgullo de lo ocurrido el domingo.
Y es que no hay para menos. Hubo astucia. La que permitió a miles de voluntarios ocultar las urnas y distribuirlas por toda Catalunya. Hubo dignidad frente a la policía, cuando sin diferencia de edades la gente no huía al verla. Hubo resistencia pacífica. Hubo organización para poder constituir las más de cuatro mil mesas, con presidentes y vocales, con apoderados, y con un censo electrónico que los hackers a las órdenes del gobierno de España conseguían hacer caer cada media hora y cada media hora se conseguían nuevas ips que circulaban por mensajería encriptada para superar sus bloqueos.
Todo ello ha generado un poso que ya empezó a observarse en la jornada de paro de país (que no de huelga) del día 3. La transversalidad había crecido hasta cuotas inimaginables, como inimaginable era hace un tiempo, quizás días, que un grupo de trabajadores de La Caixa cortara la Diagonal de Barcelona al grito de las CUP: “El carrers seran sempre nostres” (“Las calles serán siempre nuestras”). Consignas antisistema coreadas por oficinistas y trabajadores de la banca. Solo en ocasiones históricas se da esta excepcionalidad.
Referéndum, declaración... Todavía no está clara la temporalidad de los siguientes pasos, pero puede deducirse su secuencialidad. El Govern no ha hecho otra cosa hasta ahora que obrar de acuerdo con la legalidad catalana aprobada en el Parlament. De acuerdo con la Ley del Referéndum, su resultado es vinculante y no establecía ningún umbral de participación siguiendo las recomendaciones de la Comisión de Venecia al respecto. ¿Garantías? Todavía hay quien confunde las garantías con las condiciones. Sin duda, como señalan todos los observadores y todos vivimos, este referéndum no se produjo en unas condiciones normales y no es el que deseaban la inmensa mayoría de la ciudadanía catalana, pero el Govern puso las urnas, el censo (sí, no se podía votar dos veces), las mesas, los colegios. Resulta chocante que quien viene a robar las urnas se queje de falta de garantías.
Pero no solo es vinculante porque lo dice la ley, sino porque ¿qué mensaje le estaría dando la Generalitat a la gente que protegió con sus cuerpos las urnas? ¿Que su sacrificio no sirvió para nada? ¿Que no hay que tomárselo en serio? Los resultados provisionales prefiguran el siguiente paso: una declaración de independencia y el inicio de la fase participativa del proceso constituyente. La legitimidad de la nueva república no se derivará exclusivamente de este referéndum, sino de dos nuevas consultas democráticas según establece la Ley de Transitoriedad: las elecciones constituyentes para formar un Parlament que redacte una constitución, siguiendo las bases del proceso participativo anterior, y el referéndum de ratificación constitucional. Dos nuevos impulsos democráticos en los que la ciudadanía de Cataluña podrá volver a expresar su apoyo (o no) al proceso de independencia.
La declaración dejará sin efecto en Catalunya las normas del Estado, pero esto no implica automáticamente ningún reconocimiento ni la normalidad. Se abre un capítulo en el que el bloque social y político generado por la brutal represión policial que secundó el paro del 3 de octubre se ha de mantener unido para llegar a la culminación y ello puede implicar nuevas negociaciones y alteraciones sobre lo que las leyes catalanas prevén en estos momentos. También nuevos actores.
Cada nuevo golpe del Estado contribuirá a esa cohesión, y como en la viñeta, la grieta no hará más que acrecentarse. La resistencia no violenta, la determinación política y la cohesión social son el único medio de aprovechar, como en las artes marciales, su impulso a favor. La famosa frase de Gandhi se ha cumplido paso a paso, hasta ahora. Primero te ignoran (“es un suflé”), después se ríen de ti (“no va a haber referéndum”), luego te atacan (represión policial). Y, entonces, ganas.