NO: los catalanes ni nos hemos vuelto locos, ni nos hemos precipitado al vacío manipulados por líderes desquiciados. El camino hacia la independencia empezó justo al comprobarse el fracaso de la reforma del Estatut en 2006. Sí: aquello que certificaba Alfonso Guerra en Barakaldo ese mismo año: “Nos hemos cepillado el Estatut”. Es decir, llevamos más de diez años de recorrido, y todos los intentos de buscar acuerdos han sido un fracaso. No pudo pararse la sentencia del Tribunal Constitucional (2010), no pudo pactarse un acuerdo fiscal (2012) ni sirvieron de nada las 18 ocasiones en las que se pidió formalmente y de todas las maneras imaginables la celebración de un referéndum acordado. Ni con el PP, ni con el PSOE.

El soberanismo tampoco tiene nada que ver con líderes trastornados y supuestas manipulaciones mediáticas. Ha sido justo lo contrario: decenas de miles de pequeñas -y algunas decenas de grandes- movilizaciones que han transformado el mapa político del país y han forzado a cambiar a los líderes políticos y las estrategias de los partidos. Y en cuanto a los medios de comunicación, ni los periódicos de mayor venta ni las cadenas televisivas de mayor audiencia -que suman más del 85%- han estado a favor de la independencia.

Ni locuras, pues, ni precipitaciones ni manipulaciones. Solo un movimiento de abajo hacia arriba -bottom-up, que dicho en inglés parece más serio-, impredecible e inédito, que ha dejado en poca cosa al 15-M y que habrá que estudiar con distancia, datos y tiempo.

Ahora apuntaré tres datos -entre tantos- para facilitar la comprensión de lo que ha sucedido en Catalunya y que va a consumarse hoy con el referéndum.

En primer lugar, hay que destacar el papel crucial de la redes sociales, que han permitido romper el cerco de los medios de comunicación convencionales y constitucionalistas. Si en 1991 se conocía la primera guerra televisada, la de Irak; en 2017 se habrá asistido a la primera guerra en las redes sociales, la de Catalunya.

En segundo lugar, las balas que han disparado las redes sociales han sido humorísticas. El humor ha sido la respuesta a las amenazas del Estado y la manera como simultáneamente uno se sacaba el miedo de encima y de paso la información corría ligera como nunca.

Finalmente, cabe destacar que en una sociedad moderada como la catalana la autoestima y la confianza en ella misma, muy mermada por los años de modelo autonómico y las lógicas victimistas, ha crecido gracias a un comportamiento sereno, risueño y educado: una revolución no ya de terciopelo, sino de las sonrisas.

Son tres muestras, entre otras, de la originalidad del modelo de ruptura catalán, que ha sabido hacer de la necesidad, virtud; de la flaqueza, fuerza; y de la moderación, capacidad para sumar el mayor número de voluntades. Parece que Einstein habría dicho que en los momentos más difíciles, la creatividad sustituye al conocimiento. Pues eso.

Revolución dentro de un orden La estrategia seguida por el Gobierno y el Parlamento catalanes ha sido fiel a esta lógica de la moderación: producir una ruptura transitoria de tres semanas y solo para poder realizar un referéndum. Si pierden los independentistas, vuelta a la autonomía constitucional y elecciones. Si ganan, apertura de un período de transitoriedad con el mínimo de cambios para garantizar la máxima seguridad jurídica, los derechos fundamentales y el funcionamiento regular de la economía. Una revolución dentro del máximo orden posible. Y lo cierto es que los únicos obstáculos a tanta moderación han llegado del Estado español y de sus aparatos burocráticos y de propaganda, que aquí son vistos por la mayoría de catalanes como los verdaderamente radicales y provocadores. Del fiscal general hasta el “a por ellos” con que se ha despedido el envío de unas fuerzas policiales y que, inevitablemente, les hacen aparecer claramente como fuerzas de ocupación. O de la arrogante vicepresidenta del gobierno español hasta cierta prensa capaz de mentir hasta límites inauditos.

La paradoja de los días anteriores a este 1 de octubre es que ha resultado más fácil prever el futuro de Catalunya a cinco años -ya independizada- que a cinco días. Se ha llegado al 1-O en mitad de una guerra de guerrillas, en el que la incertidumbre es máxima. La fuerza, para los soberanistas que quieren decidir -sea sí, sea no-, reside en la capacidad de respuesta rápida y en la sorpresa. Solo un ejemplo de los centenares que se podrían aportar: la Guardia Civil se pasó una semana buscando papeletas de voto en todas las imprentas del país, con éxito escaso? para que el pasado domingo se repartieran libremente un millón de ellas en las calles de Barcelona. Ridículo total. Pero es cierto que hemos vivido al borde del ataque de nervios, contenido por un gran ejercicio cívico de confianza en nuestros gobernantes y solo amenizado con el humor del que antes hablaba y para el que, es justo decirlo, nos han ofrecido todo tipo de facilidades. Como el del Piolín del crucero que acoge a la Policía española.

A partir de mañana Desde el punto de vista del soberanismo, el 1-O ya ha sido una victoria antes de su celebración. Si se celebra hoy el referéndum, porque mostrará la tenacidad de un pueblo y sus gobernantes. Y si no, porque habrá puesto en evidencia la naturaleza colonial y represiva de la relación política entre el Estado español y Catalunya. Otra cosa va a ser cómo afrontar el 2-O mañana. Un éxito del referéndum, o su casi total represión ante una gran movilización en las calles, va a visualizar la magnitud del desafío, hasta ahora objeto de menoscabo entre los analistas del Gobierno español. Cualquier movimiento posterior se hará desde una relación de fuerzas completamente distinta de la actual. Más difícil de gestionar sería una situación de empate con poca movilización y éxito a medias de las medidas policiales, cosa que permitiría que los dos fracasos fueran interpretados en ambos frentes como dos amargas victorias.

En cualquier caso, lo que va a ser un gran espectáculo es el modo en que va a explotar la política española en su propio seno ante la desastrosa gestión de esta crisis. No solo no habrá resuelto nada, sino que el conflicto se habrá hecho visible internacionalmente. Y si hasta el 1-O se ha tratado con moderación a Mariano Rajoy, el 2-O puede ser el día de su ruina política.