Si me queréis, irse!”. La súplica desgarrada de Lola Flores durante la boda de su hija Lolita no ha calado en el corazón de los académicos de la Lengua Española. El debate que ha terminado con la aceptación del neologismo imperativo iros frente al, según parece, desfasado idos, ni siquiera ha tenido en cuenta el irse parido por La Faraona. Y eso que, desde que la folclórica mayor del reino (y del caudillato) lo pronunciara el 25 de agosto de 1983, han sido millones los castellanohablantes que han hecho uso de esta forma verbal, ligada por los siglos de los siglos a la frase en la que nació: “¡Si me queréis, irse!”. De un tiempo a esta parte, los académicos de la RAE no hacen sino sobresaltarnos con sus impactantes aportaciones a la ortodoxia lexical y gramatical. Se diría que, cansados de que nadie repare en que están ahí, dándole a la lengua sin parar, intentan reclamar un poco de atención sacudiendo el tablero con una masacre de tildes hoy o una andanada mañana de vocablos tierra-tierra rescatados de, qué sé yo, la panadería o la verdulería, a modo de quien adopta un perro callejero. Así, han dedicado sus buenas sesiones a pensar y repensar si aceptan la palabra finde para fin de semana y han terminado adoptando el término amigovio para definir a la Persona que mantiene con otra una relación de menor compromiso formal que un noviazgo. Si La Faraona levantara la cabeza, yo le aplaudiría que despachara el feo que le han hecho con un sonoro: “¡Si no queréis mi irse, idos/iros al guano!”.