Soy vizcaino y feligrés de la parroquia de Begoña. El 8 de septiembre de 1900 se coronó a la Virgen de Begoña y entendiendo que una coronación requiriese otra imagen se transformó a una sencilla mujer en una pomposa reina. Como en las grandes solemnidades, el día de la Inmaculada se vistió a la Virgen de reina con su bordado manto de seda azul y oro y su corona de reina. No estoy de acuerdo con esa imagen tan importante, prefiero verla en su humanidad de mujer sencilla y de madre. Preferiría, además, que le llamásemos Madre de Begoña ya que no contemplo virginidades en las madres por mucho que se empeñen los predicadores. Me gusta más sin manto, ni corona, ni oros y no es precisamente por la estética, sino por su simbolismo, pues a los símbolos hay que entenderlos por sus contenidos y María no debe ser reina sino madre. Madre natural de Jesús y madre simbólica de todos los vizcainos. Durante todo el año le vemos en la basílica como debió de haber sido, una mujer sencilla, pero la presentamos en sus fiestas grandes con signos que no le corresponden y que no puede comprender un cristianismo evangélico y humilde. Tratamos con estos gestos de reina y virgen de hacerla más grande acercándonos a lo divino y por ahí nos perdemos. Por ahí se ha perdido siempre el cristianismo, alejándose del humanismo.