EL presidente electo de los Estados Unidos ha empezado a jugar con los teléfonos de la Torre Trump y se ha puesto a generar crisis diplomáticas con países incómodos. Trump ha llamado a Taiwán después de cuatro décadas, a riesgo de crear una crisis con China; luego ha telefoneado a líderes inconvenientes, como el filipino, y cuando se aburre contacta con Pakistán, ese país invadido para dar caza a Osama Bin Laden y tercera potencia nuclear mundial, desconcertando a la India cuando ya parecía consolidado su vínculo estratégico. La diplomacia mundial anda confusa ante esta actividad espontánea del piticlín sin filtros, de una estrategia tan campechana como disparatada donde no se sabe hasta qué punto Trump juega a una cordial improvisación poniendo en marcha una especie de guerra psicológica bajo la fórmula de “a los enemigos, cerca” y así, contar al mundo que el hombre más poderoso sobre la tierra es un tipo irreflexivo al que hay que tener miedo porque tiene acceso a un impredecible botón de color rojo. Es conocida como la teoría del loco, inventada por Nixon y resucitada por Trump, presidentes fuera de control, erráticos y volátiles como fórmula para que los adversarios teman su respuesta, la de un chiflado imprevisible de reacciones imprevistas. Con sus llamadas atolondradas, Trump parece justo lo que es, algo peor que un pulpo en un garaje que no es otra cosa que un pulpo en un garaje? nuclear.

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