SI las bolsas, ese gran indicador del agobio mundial, no han terminado con las existencias de orfidales después de la elección de Trump, desconozco por qué el mundo lleva días de los nervios. El Brexit acusó un mayor desplome, así que supongo que los parqués, esa gran montaña rusa emocional, han decidido que la indiferencia es el mayor de los contrapesos. Nada le puede afectar más a este extraño Gran Gastby de los casinos que no crear impacto, provocar jamacucos planetarios o caras de susto en los telediarios. Por eso, la mejor arma contra Trump sea esa guerra entrañable y psicológica de la que Gila hizo doctrina. Risa y vacío frente al miedo a alguien que instrumentaliza sin escrúpulos el descontento, que provoca una suerte de fascinación de esa masa creída en rebelión y que ha resultado su camino más corto para llegar a la Casa Blanca. Una parte del electorado elige un presidente tóxico y el mundo susurra a sus hijos “duérmete, que viene Trump” pero a falta de ganas de neutralizarlo a besos hay que hacerlo con balas de papel, que crea más defensas que las de verdad. ¿Ha pensado cómo habría de tratarle si le tuviera delante? ¿Como al temible Putin? ¿Como al inquietante Aznar? ¿Como a Kim Kardashian? Al nuevo presidente de EE.UU. se le puede amar u odiar, lo difícil ha sido siempre ignorar sus resabios, en sus dominios o fuera de ellos, sobre todo si se le deja crecer.
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