En un periódico mexicano un comentarista expresaba su extrañeza porque el PP aparece en la prensa envuelto en infinidad de casos de corrupción. Se pregunta cómo puede ser que a pesar de ello el número de sus votantes crece continuamente hasta ser mayoritario. Históricamente todos las democracias han pasado por una fase revolucionaria por el paso de monarquías absolutas a regímenes de participación ciudadana. En España se han sucedido tentativas de acceso al poder popular, como los Comuneros o las Cortes de Cadiz, pero fracasaron y la aristocracia cerril y retrógrada lo recuperó. Al instaurarse la Segunda República se confió que, aun con decenios de retraso, el cambio de los aristócratas por la burguesía culta y con ideas modernas era inevitable. Una vez más fracasó el intento, produciendo una cruel guerra civil originada con el golpe de estado de Franco. Siguieron cuarenta años de apagón hasta que la Transición trató de acomodar los intereses de los franquistas reconvertidos en demócratas para ser admitidos en la UE. Pero en vano, pues el proceso se hizo con tantos errores y prepotencia de los que asaltaron el poder, que los beneficiarios de la Transición no se ponen de acuerdo y llevan un año sin gobierno. Consecuencia del retraso de su revolución es que la cultura política española está catalogada como la más baja del mundo civilizado, lo cual repercute en la conciencia ciudadana. Cuando los casos de corrupción aparecen en la prensa producen en el electorado una sensación de lástima a favor del delincuente, muy de tradición española del bandido generoso, el arquetipo del héroe español. La última tentativa de regeneración es Podemos que ha desestabilizado el bipartidismo. Así es que el PSOE se ha suicidado formando una Grosse Koalition y el PP se lo ha engullido, estimulando a los incultos votantes del PP, a pesar de que Rajoy puede que tenga que comparecer imputado.
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