SE cumple estos días el trigésimo aniversario de la escisión del PNV, un hecho en el que tuvieron cierta responsabilidad los socialistas y que cambió el mapa vasco hasta hoy. Curiosamente, mientras unos celebraban el fin de aquel fatídico cisma, los socialistas protagonizaban en directo un quilombo de consecuencias aún impredecibles.

Llama la atención que los analistas se asombren y califiquen esta como “la mayor crisis de la historia del PSOE”. Está claro que conocen poco de la historia del PSOE. En los días de la Guerra Civil había cuatro PSOE (quizá tres PSOE y medio): los caballeristas, los prietistas, los negrinistas y los besteiristas, facciones todas enfrentadas entre sí. Tan enfrentadas estaban que una de ellas, la besteirista, dio un golpe dirigido por el coronel Casado que precipitó la caída de Madrid en manos de los franquistas. Las diferencias irreconciliables entre Prieto y Negrín fueron una de las razones que impidieron la verdadera unidad republicana que convenciese a los aliados de la intervención en España tras la Segunda Guerra Mundial. Pero esto es protohistoria.

El socialismo llegó al final de la dictadura, como poco, fraccionado. Había dos fuerzas que llevaban las siglas PSOE: el histórico y el renovado, además del Partido Socialista Popular de Tierno y la Federación de Partidos Socialistas (de, entre otros, Enrique Barón). Más tarde, con aquella famosa estrategia llamada de “la casa común de la izquierda”, se fueron sumando comunistas (el sector carrillista, por ejemplo, lo hizo en bloque; en Euskadi, el más conocido de esta facción es Txarli Prieto). Curiosamente, el hoy portavoz del PSOE en el Senado, Vicente Álvarez Areces, fue secretario general del PC de Asturias, defenestrado por Carrillo en su día. También se sumó el sector de Euskadiko Ezkerra encabezado por Mario Onaindia y Juan María Bandrés.

Más corrientes y diferencias Pero, no todo eran unanimidades. Un grupo de intelectuales vinculados al PSOE desde los años 50, como Luis Gómez Llorente, Francisco Bustelo o Pablo Castellano encabezaron la corriente Izquierda Socialista. Los dos últimos dejaron o fueron expulsados del PSOE ingresando en el PSOC, donde ya se encontraba Alonso Puerta. Luego, surgiría el “guerrismo”, con todas sus cosas, que se enfrenta a los “renovadores”.

En Euskadi, los históricos tampoco han sido un bloque de granito. Las relaciones entre algunos clanes (como los Rubial y los Redondo) eran manifiestamente mejorables. En Eibar, se hacían distingos entre los “de toda la vida” (Bascaran, Alberdi, Toyos,..) y los recién llegados. Desde principios de los 80, había en Araba, sobre todo, un grupo entrista?

No está de más la debacle de la UGT, cuando Redondo Urbieta votó en contra de la OTAN. La venganza de Felipe quedó clara en el caso de las cooperativas de viviendas (PSV) impulsadas por el sindicato. Este tipo de venganzas debe ser bastante común. Aquí conocimos el asunto de Mikel Cabieces.

El PSOE no ha sido inmune a la corrupción. Ha habido casos rupestres como el de José Manuel Martín, alcalde socialista de Alcaucín, a quien le fueron decomisados 160.000 euros producto de las mordidas ocultos en un colchón. O el caso de Luis Roldán, otro socialista de pro. Hundidos en el fango han tenido que dimitir tres presidentes autonómicos, Rodríguez Vigil (caso Petromocho), Otano (dinero en Suiza) o el de Gabriel Urralburu (que acabó en la cárcel). Sorprende que Patxi López insista en el tema de la corrupción del PP tal y como tienen el partido en Andalucía. Parece que tiene miedo a que la gente “no olvide” si se facilita el Gobierno a Rajoy. Aquí tiene, eso sí, razón. En Euskadi son muchos lo que no olvidan cómo llegó él a la lehendakaritza.

Por su vinculación al terrorismo de estado han pasado por la cárcel José Barrionuevo, Rafael Vera, el exalcalde de Ermua Julián San Cristóbal (condenado también por meter la mano en la caja, sin olvidar la operación Marconi), Ricardo García Damborenea, Julen Elgorriaga? Eso sí, tras dejar a su paso un reguero de sangre y muerte.

Menos poder, más disensiones A medida que los socialistas iban perdiendo poder y presencia, se agudizaban las disensiones internas (que no pudieron ser frenadas por la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero). Rosa Díez, candidata a la secretaría general, acabó abandonando el partido para fundar la hoy extinta UPyD (un batiburrillo ideológico de difícil clasificación). Otros socialistas, como Joaquín Leguina, José Luis Corcuera o Edurne Uriarte, acabaron en la extrema derecha mediática.

Asistimos, día a día, a una descarnada lucha por el poder con diferentes protagonistas. Las sucesivas primarias, desde que se instauraron, han sido el mejor ejemplo de la sangría socialista y las divisiones en el PSOE. Por ejemplo, Edu Madina no contó con el apoyo de sus paisanos, encabezados por Patxi López, mientras que Susana Díaz maniobraba para colocar a Pedro Sánchez. Todo muy edificante. ¿Y el resultado?

Sánchez fue incapaz de evitar el retroceso del PSOE. Perdió dos elecciones sucesivas y en lugar de dimitir (como se hace en países de tradición democrática), se enrocó. Tuvo una ligera oportunidad en diciembre, pero Podemos la abortó. En la guerra interna, el ya ex secretario general se rodeó del sindicato de perdedores (electorales): Madrid, Cataluña, Comunidad Autónoma Vasca... Frente a ellos, barones, baronesas, agraviados, dinosaurios,? Los pedristas han iniciado la sublevación contra la gestora.

Los perdedores quieren nuevas elecciones para perder aún más. De ser así, la escisión parece inevitable. Pero, ¿por qué se ha suicidado el PSOE?