MILAGROS en Lourdes. Lo tenía claro y lo certifiqué una vez más el pasado jueves. Mi intención era acudir al Parlamento, donde una gran mayoría de la Cámara vasca iba a aprobar -como así hizo- la primera Ley Municipal de Euskadi en treinta años. Pero no pudo ser. Mis deberes me llevaron a otras cámaras, a las de ETB y al programa En jake que dirige Xabier Lapitz.
Para ponerme frente a los focos, pasé previamente por la sala de maquillaje. Las profesionales del medio hicieron espléndidamente su papel. Potingues por allí, cremas por allá. Polvos para eliminar sombreados, cosméticos para dulcificar contrastes. Todo adecuadamente tratado por manos expertas de cara a sacar el mejor partido a una imagen. Pero, pese a todo, transformar en belleza lo que no lo es resulta imposible. Pese a los intentos desesperados de la profesional televisiva, el menda lerenda siguió teniendo la misma cara-torta de toda la vida. La misma papada, los mismos mofletes y los mismos rasgos que me hacen reconocible y genuino. Lo reitero, milagros a Lourdes. ¿O no?
Eso pensaba hasta que, al llegar a casa, me encontré con un panfleto en el que el Partido Socialista requería mi opinión para elaborar un programa participativo en previsión de las futuras elecciones autonómicas. Fue entonces cuando percibí la transformación. El documento en cuestión portaba una fotografía que me dejó con la boca abierta. Era, o al menos se parecía mucho, la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia. Una instantánea radiante. En un vistazo rápido llegué a pesar que se trataba de una imagen antigua. Pero no. Era como si Mendia junior hubiese sido retratada en su época de estudiante Erasmus. Como si hubiera sido raptada por el ministerio del tiempo y conservara una eterna juventud que hasta ahora yo no había sabido interpretar, algo habitual en mí. Hasta el color de sus ojos reflejaban misterio. Miré y remiré la foto. Como quien toca y retoca. Y detrás de aquel retrato había algo que rezumaba un halo sobrenatural. De viaje a Lourdes. O de San Photoshop.
No creo que ni el artista ni su mentor publicitario hayan hecho el menor favor a la líder de los socialistas vascos. Idoia Mendia no necesita artificios. Su solvencia está fuera de toda discusión. Lo viene demostrando desde tiempo atrás. Aunque desde su salida del gobierno de Patxi López vive de elección en elección. Comenzó opositando a la secretaría general de su partido en unas primarias en las que, sin alter ego que le disputara el puesto, obtuvo el respaldo del 85,6% de los votos. Luego tuvo que afrontar, sin descanso alguno, los comicios municipales y forales, las elecciones generales y ahora, tras ser elegida como candidata a la lehendakaritza, afronta las autonómicas (cuando no unas nuevas generales si su amigo Pedro Sánchez fracasa en su apuesta por formar gobierno en España). De campaña en campaña hasta la derrota final.
Desde hace ya unos meses protagoniza una agenda sumamente intensa de eventos de neto carácter electoral. Ni Hillary Clinton en los caucus demócratas norteamericanos. Su fijación es el PNV. No hay mitin ni declaración en la que no fije su crítica (siempre respetuosa) en el nacionalismo o en el lehendakari Urkullu. Sus razones tendrá para desarrollar tal estrategia. Lo que no soporta un pase es que desde su partido -y ahí su portavoz parlamentario Josean Pastor se lleva el premio- sobrepasen, una y otra vez, la líneas básicas de la cordialidad y el respeto político. Suena a broma que se acuse al PNV o al lehendakari de electoralismo cuando los socialistas viven en una campaña permanente. Cuando hasta en las redes sociales han instaurado un hashtag denominado #idoialehendakari.
No es extraño que las formaciones políticas tengan su previsión y sus intenciones en las futuras elecciones autonómicas. La legislatura, de cumplir calendario en su espacio natural, finaliza en octubre y para verano el Parlamento Vasco debería estar ya disuelto y convocada la cita electiva. La determinación de la fecha definitiva en la que se colocarán las urnas compete en exclusiva, según marca la ley, al lehendakari; y estoy convencido de que su decisión final al respecto será meditada y contrastada.
Hay quien no piensa de igual manera. Quien solo quiere ver al lehendakari en una posición de ventaja o de utilización partidaria de una prerrogativa legal. Son los mismos que desde hace meses han venido diciendo que la legislatura estaba “agotada”, que Urkullu nos hacía “perder el tiempo”, quienes acusaban al Gobierno vasco de “inacción”.
Hemos entrado en la fase de la descalificación absoluta, del ruido y de la distorsión. Y aunque el Parlamento Vasco aprueba cuatro leyes en una sesión -como en esta semana- su posición será la tremendista o la de vincular cualquier decisión al interés electoral o al marketing político. Y todo ello sin mirarse en el espejo u observar cómo en Madrid, desde el pasado mes de diciembre, ellos mismos siguen sin ponerse de acuerdo en nada, encaminando su irresponsable gestión de trifulca hacia una repetición de las elecciones generales, cada vez más cercanas.
Las últimas novedades de la capital de la corte nos traen la enésima representación entre partidos. Cedo yo para quedar bien y acomodo mi imagen para que nadie me reproche que, por mi culpa, se repiten las elecciones. Ese parece el guion de unos y otros en un vodevil que exaspera. Un juego de descrédito en el que los protagonistas cantan lo de “pío-pío que yo no he sido” mientras el gobierno en funciones, representado por un PP cómodo con la hipótesis electoral, sestea ante los problemas de todo tipo que se acumulan en la sociedad.
Este bochornoso espectáculo de incapacidad de entendimiento, de desprotección de lo público, con el hastío provocado en la ciudadanía, puede prolongarse en el Estado hasta el próximo otoño. ¿Alguien piensa que unas nuevas elecciones generales variarán sustancialmente el panorama político y posibilitarán lo que hasta ahora ha sido imposible, es decir, la conformación de un nuevo gobierno español por mayoría? Visto lo visto, no.
El avispero madrileño nos lleva a una repetición de elecciones. Y a un zafarrancho de reproches y de confrontación del que quisiéramos ser ajenos. En Euskadi, por el momento, nos hemos salvado de ese desmadre. Aquí, las instituciones, desde los ayuntamientos al gobierno, continúan gestionando el día a día. La estabilidad económica se asienta. Los presupuestos se aprueban entre diferentes, las políticas públicas mantienen los servicios a la ciudadanía. El empleo se reactiva, el PIB crece. El déficit se contiene. No es que seamos la arcadia feliz, pero mantenemos un nivel de certidumbre y estabilidad diferenciador con el Estado. Un contraste que es puesto en valor hasta por los recalcitrantes adversarios del nacionalismo vasco que, con indisimulada envidia, reconocen en público y en privado la “normalidad” de Euskadi. Necesitamos continuar en esa vía. Porque los problemas siguen surgiendo y es preciso abordarlos.
El desbarajuste político español amenaza con contaminar el escenario vasco. A lo largo de los años, aquí -quizá por propia necesidad- hemos sido capaces de conformar una cultura del acuerdo y el entendimiento entre diferentes que es un valor apreciable en nuestra convivencia. El actual Parlamento Vasco, en el que el PNV sustenta un gobierno con 27 de 75 representantes, es todo un ejemplo de esa cultura de diálogo y entendimiento. Y la próxima Cámara autonómica, con la entrada de nuevas formaciones emergentes, fragmentará aún más la poliédrica representación partidaria, lo que obligará a reforzar aún más los lazos de interlocución entre distintos. Combatir que la toxicidad de la política madrileña se traslade a nuestro ámbito es un objetivo básico que habrá que trabajar. Y, probablemente, ese hecho pese sensiblemente en la decisión última que el lehendakari sopese de cara a determinar la fecha de las elecciones autonómicas. Seguro que su decisión, sea cual fuere, se apoya en el bien común.
Las canas que ha acumulado Urkullu son un signo externo del peso de la responsabilidad pública que ha asumido en los últimos años. Su porte es natural, consustancial con su carácter. No necesita ni filtros gráficos ni photoshops que enmascaren su figura. Importa poco si su programa de gobierno ha cumplido mil o mil doscientos días. Lo relevante de su mandato es que pese a la minoría parlamentaria, pese a la crisis, a la escasez de recursos o a la ofensiva recentralizadora, ha cumplido con sus compromisos programáticos y ha dotado al país de la calma y el sosiego necesario para seguir avanzando al margen del ruido exterior. ¿Electoralismo? Por su puesto. Pero sin artificios.