Estas recientes fiestas han venido amenizadas por importantes incendios causados por fuertes vientos e inusualmente altas temperaturas. Las autoridades se han apresurado a ocultar su ineficiencia a la hora de su extinción, culpando a los pirómanos, afirmando algún presidente exaltado que el 99,9% de ellos han sido provocados, acusación que constituye una infamia sin bases que lo justifiquen. Es extraño que los pirómanos hagan sus fechorías coincidiendo con fuertes vientos y escasez de lluvias y en verano, descansando en épocas lluviosas. Se acusa a agricultores de provocar los incendios para apropiarse de espacios de pastos, pero es una vileza culpar a este colectivo cuyo medio de vida es precisamente cuidarlos limpios y aprovechables para sus cultivos y ganaderías. Podría existir algún fanático con tales instintos, pero justificar que la casi totalidad de los incendios sea fruto de estas locuras es querer ocultar propias deficiencias al gestionar y cuidar los bosques por los responsables de esa misión esencial para la comunidad. En España esta gestión es un desastre, pues a pesar de que el parque de medios de extinción es el más importante y costoso de Europa, es donde la superficie quemada es más extensa. Ello se debe a que no existe una política de protección preventiva de montes y bosques porque no hay una mentalidad ecologista que la fomente. La Unidad Militar de Emergencia es una muestra más del derroche de medios, además de que el estamento militar se excede en su misión propia que es hacer la guerra y destruir. Es invadir tareas que deberían estar asignadas a los servicios civiles de bomberos, pues están mejor dotados para estas tareas.