MIENTRAS que Andreu Buenafuente estrenaba, en cadena de pago, su programa late night con el sugerente título de Late motiv, Mediaset y Atresmedia se enzarzaban en una pelea por la audiencia con productos muy parecidos, trufados de telerrealidad y con montajes narrativos parecidos. Los de Vasile estrujaban una vez más a la estrambótica Luján Argüelles, mientras los de Bardají se metían en un autollamado experimento psicológico de mezclar parejas a base de test de compatibilidad que tiene de científico lo que yo de capitán de fragata.
Ambas cadenas coincidían en ofrecer menús muy parejos a la espera de que los televidentes se decanten por uno u otro.
Un príncipe para tres princesas y Casados a primera vista son títulos de veteranos programas ya experimentados en las teles y conocidos del gran público que deberá escoger entre tres muchachitas eligiendo a sus donjuanes, o variadas parejas entregadas al frenesí amoroso en las costas de Cancún, en un ejercicio de conocimiento y exploración humana que difícilmente dará resultados permanentes de matrimonio y convivencia duradera.
Las dos ofertas tienen en común la experimentación del amor, el descubrimiento del otro y la compatibilidad, atractivo y atracción del otro, con distintas maneras de trocear la historia, más compleja en el montaje la de Cuatro y más facilona y sencilla en Antena 3. Una arranca con presentación de candidatos para llegar al momento del “sí quiero”, mientras que la otra lanza a la piscina a la pareja, siguiendo la estela de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Un príncipe para Corina o Granjero busca esposa.
La rivalidad entre parrillas, la calidad televisiva de los actuantes que irán desplegándose y posiblemente llevará a una de las dos a descarrilar, porque resulta imposible el seguimiento de las dos, a saltos con la programación publicitaria. Televisión en carne viva.