Si un empleado comete algún error en su trabajo profesional, inmediatamente le cae el peso de la justicia. Si a un político, profesional del mundo de la oratoria, le pillan in fraganti con las manos en la masa, sale en los telediarios, en algún artículo en la prensa, se pega unos paseos de tribunal a tribunal y al final desaparece en su finca particular. El blindaje que han construido a su alrededor los políticos y los económicamente poderosos soporta todo el peso de sus delitos. Tal es así, que la situación que vivimos dentro de la geografía española es el cuento de nunca acabar: nunca hay un final sino innumerables desenlaces, testigos, tretas y mañas para sortear la mentira y salir indemnes. La trampa más perfecta que ha construido el capitalismo a lo largo de su historia ha sido el parlamentarismo. El civilizado ring de un combate inexistente en el que las reglas del juego parlamentario exigen la aceptación de condiciones que niegan la posibilidad de derribar el sistema económico en el que se asienta, si no es mediante una mayoría parlamentaria que no puede obtenerse porque el chantaje y la violencia latente o manifiesta del poder económico sobre la representación del poder popular lo impide. A Euskadi, un pequeño paraíso libre de malhechores-chorizos del Siglo XXI, también le crecen los enanos y empiezan a sonar tambores lejanos anunciando presagios sobre el Cupo y el Concierto Económico. Cada vez que hablan los políticos sube el pan. No debieran de verdad servir al pueblo que les ha votado y dejarse de memorándums y diatribas y trabajar con empeño para sacar a este pueblo adelante. ¿Nos toman por tontos, ilusos, ignorantes. o qué? Ha llegado el momento de que la sociedad tome el relevo de los políticos ineptos y coloque a cada cual en su sitio; y aquel que quiera contribuir al bienestar y progreso de su pueblo sea aupado al hemiciclo de la política diaria.