TAL vez el título les suene a trabalenguas de un cuento italiano para niños aunque lo más seguro es que les parezca una insustancialidad. Osso, en aquella lengua, significa hueso; mastrosso, hueso maestro; y carcagnosso, hueso del talón (carcañal). Como supongo que siguen sin entender, les invito a leer unas líneas que de cuento tienen muy poco y sin final feliz: “Hace mucho tiempo, tres caballeros españoles desembarcaron en la isla de Favignana, junto a la costa oeste de Sicilia. Se llamaban Osso, Mastrosso y Carcagnosso y eran prófugos de la justicia pues habían asesinado a un altivo noble castellano violador de una sus hermanas. En alguna cueva de la isla encontraron un lugar donde encauzar su sentido de la justicia, dar pie a un nuevo código de conducta y una nueva forma de hermandad y crear las reglas de la “honorable sociedad”. Osso se hizo devoto de san Jorge y pasó a Sicilia, donde fundó la Mafia. Mastrosso escogió a la Madonna como su guía y navegó hasta Nápoles, donde fundó otra rama: la Camorra. Carcagnosso se hizo devoto del arcángel Miguel y cruzó el estrecho que separa Sicilia de la Italia continental para llegar a Calabria. Allí fundó la ‘Ndrangheta.

El cuento sirve de prólogo a Historia de la Mafia (Debate 2015), última obra de John Dickie, profesor de Estudios Italianos en el University College de Londres y uno de los mayores expertos en la “honorable sociedad”. Dickie, es autor entre otras publicaciones de Cosa Nostra y Delizia. Esta última es una espectacular recopilación de recetas culinarias italianas, ambientadas cada una de ellas en las diversas circunstancias históricas de aquel país, que nunca deja indiferente a nadie sea por su arte y cultura, su industria y diseño, su política, o por su brutal y sofisticada delincuencia. El valor histórico del cuento es nulo, pues nunca existieron tales caballeros fundadores ni el perverso noble castellano ni la ultrajada hermana. Sin embargo, sí existió una prisión en la isla de Favignana en la que permanecían recluidos los primeros mafiosi, quienes propagaron esa leyenda fundacional para dotarse de un aura sacramental: eran ya desde su origen justicieros contra malhechores y se encomendaban a la Virgen, san Jorge o el arcángel san Miguel cual católicos de fuste. Comenzaron su trayectoria delictiva hace ciento cincuenta años oscureciendo la verdad e imponiendo su propia narrativa de los hechos, impermeables a las evidencias en contrario. También impusieron su lenguaje: “Omertá” o código de silencio y sumisión a la autoridad criminal viene del siciliano “umiltá” (humildad), la calabresa ‘Ndrangheta -quizás la mafia más poderosa y peligrosa en la actualidad-, en grecónico (greco italiano que se habla en Calabria, el empeine de la bota italiana) significa “virilidad”; y Camorra, término que, a la vista está, tiene raíces españolas; no en vano el sur de Italia, con capital en Nápoles, fue durante dos siglos parte del reino de España y allí se sigue llamando “guappos” a los rufianes más descarados y altaneros.

Legado del Risorgimiento El crimen organizado es la enfermedad congénita de Italia. Las “honorables sociedades” de Nápoles, Calabria y Sicilia nacieron en el sistema carcelario durante la mitad del siglo XIX, en el pilpil de la vida política violenta y conspirativa de la unificación italiana, que facilitó a los mafiosos la vía de salida de los calabozos y la entrada en la Historia. En zonas del sur y en Sicilia, el legado del Risorgimento (unidad política de Italia) acabó siendo un sofisticado y poderoso modelo de organización criminal que atendía a tres objetivos estratégicos. Primero: controlar a otros delincuentes y beneficiarse de su dinero, la información que pudieran facilitarles y sus habilidades. Segundo: succionar la economía legal. Y tercero: crear contactos en las altas esferas, entre los terratenientes, los políticos y los magistrados.

En los ambientes de Palermo, la mafia no sólo tuvo contactos con la clase alta, sino que también constituyó una parte integral de la misma. Con el triunfo de Garibaldi y la unificación, el nuevo reino de Italia cayó en el error de compartir su soberanía con los cabecillas locales. El resultado fue la inestabilidad política: una vida institucional impulsada por el regateo en busca de ventajas y favores a corto plazo. En tiempos de elecciones, el Gobierno a veces recurría a mafiosos que se aseguraban de que ganasen los candidatos apropiados. A decir de Dickie, “Italia contaba además con suficientes periodistas perezosos y cínicos, intelectuales mal enfocados y escritores moralmente obtusos para enmascarar la verdadera naturaleza de una mafia emergente”.

De todos modos, Italia nunca ha sido un estado fallido, un régimen de las mafias. De hecho, a las mafias se las ha combatido, pero por desgracia sólo en los momentos en que su violencia manifiesta las mantuvo en primera línea de la agenda política. Y esa lucha intermitente produjo una selección positiva de los mafiosos, pues se apartó de circulación a los jefes más débiles y sobrevivieron los más espabilados y hábiles. El dictador Benito Mussolini tuvo un éxito temporal en la lucha anti-Mafia. Envió a Sicilia a Cesare Mori, el prefecto de hierro quien procedió como un “escalpelo del fascismo” a la desarticulación total de la organización, sometiendo a residencia forzosa a los mafiosos más destacados, pero sin procesar a los encubridores que la mafia disfrutaba entre la élite social existente.

Los mafiosos acabaron saliendo de la cárcel y las catacumbas ¡gracias a los aliados! Cuando se produjo el desembarco anglo-americano en Sicilia (1943), establecieron un gobierno de ocupación, el AMGOT, que procedió a organizar el poder local reclutando a los “antifascistas represaliados”, en su gran mayoría los mismos mafiosos que había metido en prisión el prefecto Mori. Naturalmente, los gánsteres nada hicieron para aclarar el equívoco y se encubrieron con esa orla prestada. Los ingleses, en todo caso, se dieron cuenta inmediata y lord Rennell, jefe del comando británico, lo mandó investigar. En ello se puso el luego famoso escritor de viajes y especialista en la mafia, Norman Lewis, entonces en el servicio secreto inglés. Otra fue la actitud de los americanos, quienes jugaron con doble baraja pues andaban en tratos con los mafiosos a través de su contacto, Lucky Luciano, preso en los Estados Unidos y a quien liberaron en pago por los servicios prestados.

A ese juego de los servicios de inteligencia en connivencia con los mafiosos, se le acabó llamando la “gestión conjunta del delito”. La policía posfascista sabía que para luchar contra el bandolerismo necesitaría ayuda y la reclamó de los mafiosos, dispuestos a facilitarle información desde el interior de los movimientos de las partidas de bandoleros. Cuando estos bandoleros agotaban su utilidad para la mafia, los mafiosos los utilizaban para granjearse amigos en las altas esferas. Todo este tejemaneje político-policial acabó por conformar un poder del Estado perfectamente compatible con la existencia de una “república aparte”, la Mafia, que en su relación perversa con el Estado italiano se ha infiltrado, ha hecho amistad y combatido en diferentes momentos e incluso todo ello a la vez.

El partido hegemónico desde la victoria aliada hasta su desaparición, ganada a pulso tras demostrarse judicialmente su papel activo en la corrupción y su “gestión conjunta” con la Mafia, fue la Democracia Cristiana. Se trataba de una organización política híbrida y enorme, sustentada en un heterogéneo electorado que tenía en común el miedo al comunismo. Utilizó el clientelismo en la manera de hacer las cosas: convertir recursos públicos (salarios, contratos, créditos estatales, licencias) en un botín privado que se repartía entre una larga lista de familiares y seguidores. Los grandes de Italia se valían de la mafia para sumar electores y luego le devolvían el favor testificando ante los Tribunales, dando a entender que no existía en Italia nada parecido a una organización criminal como la Mafia. Cuando la violencia criminal desaparecía de los titulares de prensa, las autoridades retomaban su viejo hábito de cohabitar con el poder de los mafiosos. Y dentro de esos negocios existía una mercancía, implantada con firmeza en la base misma de la autoridad territorial de las mafias, que le permitía tender la mayoría de los puentes hacia la economía legal y el sistema de gobierno. Esa mercancía era el hormigón. Sobre la base de la construcción de carreteras, puentes, edificios oficiales, urbanizaciones? el Gobierno Regional de Sicilia inventó su propia sede de organismos para-públicos casi autónomos en las cuales los “emprendedores” esquivaban los riesgos que conlleva cualquier empresa real, trabajando de manera habitual a la sombra del sistema político, donde pudieron concertar pequeños monopolios y contratos de complacencia.

Así llegaron los pasados años 70 en los que irrumpió en la escena italiana el terrorismo de las Brigadas Rojas y el contraterrorismo negro de los neofascistas. La diferencia crucial entre la Mafia y las Brigadas Rojas, una diferencia que volvía a la primera muchísimo más peligrosa que la segunda, no estaba en sus métodos, pues las Brigadas Rojas contaban también con sus espías y simpatizantes, asesinaban, secuestraban, incluso torturaban; sino en que estas se situaban fuera de un Estado al que pretendían derribar. La Mafia o Cosa Nostra, por el contrario, era una parte integral del Estado, que ahora aspiraba a neutralizar y doblegar por entero a su voraz voluntad sanguinaria. Sin embargo, se encontró con un enemigo imprevisto dentro de ese mismo Estado. La expansión del sistema educativo y la selección de magistrados mediante oposiciones hicieron de la carrera en el sistema judicial una opción para gente joven y brillante de muy diversos orígenes sociales. Como resultado, la magistratura dejó de ser una casta y pasó a ser una profesión abierta. Los éxitos que el Estado alcanzó contra el terrorismo de izquierdas otorgaron al sistema legal una reserva de credibilidad a la que recurrir cuando llegó su turno de combatir a los bastiones italianos de privilegios ilícitos: los políticos corruptos y las mafias. No fue fácil la vida de estos magistrados, a los que la Mafia, al igual que el terrorismo, primero desacreditaba y luego mataba. El destino de los jueces Falcone y Borsellino, asesinados en 1992, dan fe de ello.

El horripilante fin de los “jueces buenos” también supuso el fin de lo que se ha llamado la I República Italiana, la comandada por la Democracia Cristiana con la oposición del Partido Comunista. La operación Manos Limpias acabó con doscientos parlamentarios sometidos a investigación, supuso el fin de la DC (1994) y del sistema llamado “partitocracia” y dio paso a lo que se viene llamando la Segunda República, personificada durante veinte años por Berlusconi, siempre arrastrando tras de sí un cortejo de políticos relacionados también con la mafia. De las consecuencias de aquel engendro, el entonces gobernador del Banco de Italia, Mario Draghi, dijo en 2009: “En aquellas economías donde hay una fuerte presencia delictiva, los negocios pagan precios más altos por los préstamos (o tienen que pagar comisiones ilegales) y la contaminación de la política local arruina el capital social: la gente joven emigra en mayor medida y cerca de un tercio de esa juventud son graduados que se desplazan al norte en busca de mejores oportunidades”.

Un cuadro de Brueghel El método de la Mafia, que implica propiciar privilegios ilícitos y anular la competencia, se ha imitado en ciertas áreas de la política y la economía, ambas entrelazadas. Y así volvemos al origen geográfico de los protagonistas de este cuento, los hermanos Osso, Mastrosso y Carcagnosso, que de España llegaron a la costa de Sicilia. No hay un fenómeno criminal español de la magnitud de la Mafia. Lo que en España ha crecido es una Mafia al revés. Aquella nació en las cárceles, desde donde trepó hasta la política. Ésta nació en los despachos de empresarios parásitos de la política y políticos parásitos de la contratación pública, desde donde descenderá hasta las cárceles. El bipartidismo político, santo y seña de la Transición, dio pié, al mirar cada cual para cada lado, a la corrupción que luego conocimos en Madrid, Mallorca, Valencia y Andalucía. En Catalunya, la inexistencia de un Concierto Económico llevó a la hegemónica Convergencia i Unió, a un permanente tira y afloja con los gobiernos españoles de turno para conseguir adecuar sus cuentas públicas, siempre tísicas, solamente equilibradas gracias a la obra pública a cuenta del presupuesto del Estado. Los mega-contratos que tales obras generan abonaron el terreno en el que crecieron como bolets (setas) las primeras comisiones, dando así inicio a un régimen de imperio sin ley. No puedo reprimir una imagen que me viene a la cabeza, es la de un cuadro de Brueghel. En primera fila, los notables, la clase política involucrada en la corrupción; y en los segundos planos se pinta la violación de una mujer o se prende fuego a una casa -añadan el pago de una comisión- sin que los personajes principales tomen nota o tan siquiera aparenten darse por enterados.

Finalizando ya esta primera Transición, modélica se decía hasta que supimos lo que en los segundos planos sucedía, nos adentraremos después de las elecciones del 20 de diciembre en la segunda Transición, gracias entre otras cosas a que los jueces y policías están, después de muchísimo tiempo, haciendo su trabajo. Si los votantes se dejasen engatusar con las promesas de cambio de los políticos hasta ahora conniventes con la corrupción, sería como un síndrome de Estocolmo en versión electoral, algo de lo que ya nos previno otro italiano, Nicolás Maquiavelo: “los hombres que reciben un buen trato de alguien del que esperaban que los tratara mal se sienten incluso agradecidos con su benefactor”.