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Desde Navarra

Durante décadas, la existencia de ETA, la insistencia en la violencia callejera, daban argumentos más que sobrados para que la política navarra no avanzara por cauces de normalidad ni Cristo que la fundó. Eran tiempos en que la conciencia de la sociedad navarra estaba dominada por la indignación, el duelo, la pesadumbre. Con el cese definitivo de la violencia, exigido por la gran mayoría de vascos de la Comunidad Autónoma Vasca y por la gran mayoría de navarros, demandado tardíamente pero con vehemencia por la propia izquierda abertzale, era obvio que Navarra iba a normalizarse políticamente. Me arriesgo muy poco si digo que todos nosotros creíamos que así iba a suceder, que todos nosotros sabíamos que así iba a suceder. De igual manera que creíamos a pies juntillas que algunos partidos fuera de nuestra onda iban a seguir posicionándose con indiferencia ante el final de la violencia, es decir, iban a seguir en clave de no-pacificación con su vista fija en un pasado trágico. Sin analizar aquí los condicionantes de más peso que les animan a persistir en esta actitud, creo que debemos hacer todo lo posible para convencerles de que tenemos la obligación de superar este pasado juntos. Y animo a los representantes que toman el timón en las nuevas mayorías de las instituciones navarras para que tanto su práctica como su teórica vayan encaminadas a superar este equívoco de las dos Navarras. Y que la primera piedra para este edificio que ahora se inicia lleve tras de sí la fuerza de un comportamiento modélico con toda la oposición.