LA manifiesta irresponsabilidad del Partido Popular del País Vasco al concatenar declaraciones de dos de sus portavoces autorizados -su secretaria general, Nerea Llanos, y su parlamentario y portavoz, Iñaki Oyarzabal- con infundadas e incalificables alusiones que pretenden extender dudas sobre la honorabilidad de la actuación política e institucional del PNV solo puede estar impulsada por la vergüenza de haberse visto obligados a soportar, cuando no ocultar, la metástasis de la corrupción en el interior del PP. Corrupción que, en su caso sí, está razonada en sentencias e informes judiciales de diversas causas y casos, incluso con penas de prisión para altos cargos y empleados de la formación que lidera Mariano Rajoy. Siendo esto así, y dado que se antojaría mucho más cabal en el PP procurar las mayores dosis de una siempre necesaria prudencia a la hora de menoscabar la ya deteriorada imagen de los políticos, las declaraciones de Llanos y Oyarzábal añaden a la insensatez una cada vez menos dudosa insolvencia a la hora de responder a los compromisos adquiridos con la ciudadanía en tanto que representantes políticos y parlamentarios electos. No en vano, tal y como ambos han admitido, han hecho de la más simple conjetura -y seguramente de la peor intención- base única de su actividad y sus opiniones a pesar de afectar estas a una materia tan sensible como la legitimación de la política y de quienes desde la buena fe se dedican a ella. Con el agravante de hacer gala de un desconocimiento de la realidad sociopolítica e historia de Euskadi tan profundo que debería conducirles al desestimiento: que ambos se incorporaran a la política activa en las filas del PP a mediados de los 90, no les exime de haberse preocupado en conocer -y en su defecto en comprobar- que, por ejemplo, gran parte de las sedes jeltzales a las que se refería Oyarzábal (o sus originales) fueron posibles gracias a las aportaciones personales de los militantes del PNV y debieron ser recuperadas en la segunda mitad de los 70 tras haber sido usurpadas por el régimen franquista que apoyaron y con el que se posicionaron y enriquecieron algunos de los principales impulsores del antecedente inmediato de su partido, Alianza Popular. Como entonces y aunque el PP lo pretenda, tampoco hoy en política son todos de la misma condición.