El escándalo que está produciendo entre quienes más cerca siguen día a día la matanza en Gaza ha alcanzado unas cotas que tienen pocos precedentes. La exquisitez, en ocasiones irritante por inoperante, con la que las estructuras y representantes de Naciones Unidas han tratado tradicionalmente el asunto se está quedando atrás y hoy es evidente que la impunidad de las acciones militares de Israel está chocando con la voz alzada de los representantes de la organización internacional. No se puede decir que, hasta el momento, ese cambio de actitud esté teniendo un efecto real en la contención de las hostilidades y en los abusos sobre la población civil, pero el reproche directo que la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillayhe elevado hacia las autoridades hebreas y hacia Estados Unidos supone transitar un terreno pocas veces, por no decir ninguna, hollado anteriormente. Los bombardeos contra escuelas de la ONU en la zona, donde se apilan civiles refugiados, han causado una rebelión en términos de sentido común y principio de humanidad. La alta mortandad infantil en ataques persecutorios no ya de objetivos militares claramente identificables sino de carácter sistemático, habla incluso de estrategia genocida. El derecho de Israel a existir como estado es incuestionable y su reconocimiento por parte de Hamás ayudaría a poner fin a un conflicto enquistado y liderado por fanáticos extremistas en ambos bandos. Pero la existencia del estado hebreo no puede asentarse sobre un reguero de cadáveres palestinos. La seguridad de los israelíes no puede sostenerse mediante el exterminio de sus vecinos como la de estos no puede pretender la desaparición de los primeros. Pero estos argumentos no son más que una constante reiteradamente orillada por las partes. Lo novedoso del momento actual es el señalamiento explícito que desde la Comisaría de la ONU para los Derechos Humanos se hace del papel de Estados Unidos. Su constante respaldo a los gobiernos israelíes, sea cual sea su estrategia, no es aceptable y menos aún el suministro constante de armas usadas contra la población civil. Esta implicación de la organización seguirá siendo, no obstante, inocua mientras los principales actores internacionales sigan eludiendo responsabilidades.