SI los diputados del PNV elegidos en 1931 -Aguirre, Leizaola, Robles Arangiz, Egileor, Horn, Bikuña y Basterretxea- hubieran podido estar en el pleno de las Cortes Generales del pasado 19 de junio, alucinarían a colores. No entenderían nada al ver a un señor vestido de capitán general en un Rolls Royce utilizado por Franco en un Madrid policialmente tomado y en el que se detenía a los que osaran enarbolar banderas republicanas para jurar un cargo que ellos habían abolido para Alfonso XIII y todos sus sucesores en memorable sesión celebrada en ese mismo hemiciclo, presidida por el socialista Besteiro. La única defensa fue la del conde de Romanones, un viejo tahúr de la época. Todo esto les llenaría de estupor y les hubiera dejado flipados, como dicen los chavales. Les hubiera asimismo extrañado que aludiera a Castelao, quien nada más llegar al Congreso pidió que quitaran del frontispicio las estatuas de los Reyes Católicos a los que atribuyó todos los males. O a Machado, que dijo aquello que media España te helará el corazón. O a Aresti, el del precioso poema de la defensa de la casa del padre, de los lobos. O de un Espriú nada monárquico. Y les extrañaría mucho más que la caverna y el socialismo criticaran a los presidentes de Euzkadi y Catalunya por no aplaudir un discurso preconstitucional.
Por todo esto no es de extrañar que el Alto Comisionado de la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros dijera hace poco que “es bueno que los niños no sepan quién fue Franco”. Bueno para él y lo que representa y bueno para que se pueda manipular a generaciones crecidas en la ignorancia de la historia.
Pero a mí, contrariamente a Espinosa, sí me gusta recordar la historia y, sobre todo, la historia de los vencidos, porque ese mismo día se cumplían 120 años del nacimiento del alcalde republicano donostiarra Fernando Sasiain Brau, anfitrión de aquel receptáculo prenatal de la II República que fue el Pacto de San Sebastián. El PNV no estuvo presente en aquel acuerdo de Lerroux, Azaña, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura, Carrasco Formiguera, Jaume Ayguadé, Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Ortega y Gasset y Marañón entre otros, para acabar con aquella corrupta monarquía que había apoyado una dictadura. Don Manuel de Irujo nos decía que gracias a ese pacto los catalanes tuvieron su primer estatuto en 1932 y que gracias a nuestra ausencia nosotros lo conseguimos en 1936, en plena guerra y que con Estatuto Mola no hubiera andado a sus anchas por Navarra preparando la sublevación militar.
Fernando Sasiain era Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid. Hacia el final de la dictadura de Primo de Rivera se vinculó a los movimientos republicanos, presidiendo el Círculo Republicano de San Sebastián, en el que se integraba el federalismo donostiarra. Fue anfitrión del denominado Pacto de San Sebastián para la instauración de la República. Elegido alcalde de Donostia en la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista en las elecciones del 12 de abril de 1931 que, fueron el detonante para la proclamación de la Segunda República y la caída de Alfonso XIII, trabajó muy bien como alcalde y con el Movimiento de Alcaldes en pro del Estatuto.
Con José Antonio Aguirre apoyó el proyecto de Estatuto de Autonomía para el País Vasco bajo la fórmula de un solo texto para todo el territorio, contrario a que cada territorio redactara el suyo. Participó activamente en el proyecto estatutario, siendo el encargado de realizar su entrega formal a las Cortes Generales y al presidente de la República en diciembre de 1933. Detenido durante el bienio radical-cedista al ser uno de los miembros de la Comisión Municipal Permanente del País Vasco, fue liberado poco después.
Al sublevarse el ejército, siguió activo como alcalde hasta la caída de Donostia en manos de las tropas franquistas en septiembre de 1936. De allí, pasó a Bilbao y participó en Gernika en la elección del primer presidente del Gobierno vasco, hasta que hubo de huir por vía marítima hasta Santander, luego hacia Francia y de allí a Catalunya para, en 1939, perdida la guerra, exiliarse en Ziboure, hasta su regreso en 1950. Durante la Segunda Guerra Mundial fue detenido por la Gestapo e ingresado en la cárcel de Baiona durante unos dos meses. En 1950 regresó a España, donde fue imputado en un consejo de guerra por “auxilio a la rebelión”. Dado su estado anímico -sufría una fuerte depresión- fue ingresado en el Servicio de Psiquiatría del hospital de Gipuzkoa y de allí pasó al hospital San Juan de Dios de Palencia, donde falleció en 1957.
El exiliado Germán Iñurrategui escribió sobre él: “Hace varios años, dos hombres en un pequeño bote, bailaban sin marearse por las costas de Guethary, pescando lubinas. Cuando el mar les cerraba el camino, iban agachados por las rocas llenando una bolsa de lona, con lapas y con magurios. Mañana a mañana y por la barra de Ziboure, veía salir a la mar un minúsculo chinchorro, con los mismos tripulantes. Aquel juguete, parecía mirar envidioso a los esbeltos vaporcitos de San Juan de Luz, que a la misma hora tomaban las rutas lejanas del Golfo.
Casi escondido en las grupas de las olas, iba el bote hacia Sokoa, con una caña en la proa y otra en la popa, rastreando con sus anzuelos las guaridas de la lubina. Regresaban al anochecer; unas veces con fortuna y otras veces de vacío. Los dos subían cansados la pequeña pendiente del barrio de pescadores para caer rendidos en sus catres y soñar con esperanza en las luces y la suerte del nuevo día. Algunas veces llegaban hasta el puerto en busca de carnada, quisquillas vivas, conservadas en agua de mar, el cebo más apreciado para sus presas.
Los pescadores, al verle llegar y pese a la familiaridad de una larga convivencia, le miraban con respecto y exclamaban a su paso: “Donostiako alkatia” y era él, Fernando Sasiain. El otro era Emilio, su hermano. Procurador de los Tribunales. Los dos refugiados, los dos en la miseria, juntos arrancando al mar el pan de cada día.
Me costó mucho conocer a Fernando. Al tenderle la mano, apenas la apretó. Estaba viejo, encorvado, raído su traje, cano y calvo. Le hablé de sus amigos donostiarras de México; llevado yo de la ilusión de proporcionar alegría aquellos ojos sin mirada, empezó locuaz a hablar de uno y de otro, de sus éxitos, de su salud y de sus recuerdos. Pero me vi atajado con una respuesta amarga y fría: “¿Amigos? ¡Yo no tengo amigos!”. Y volvía la cara hacia los malecones del puerto, como dándome a entender que el mar y un pequeño bote eran todos sus afectos. Me dio mucha pena; no podía representar en él, aquel hombre varonil y arrogante, popular y simpático, que a sus hombros llevaba, con singular competencia, la primera magistratura de la capital de Gipuzkoa.
“Fernando fue siempre un hombre liberal. Su suerte política se decidió al presidir el día 17 de agosto de 1930, la famosa reunión antimonárquica, que se conoce con el nombre del Pacto de San Sebastián. Allí estuvieron presentes las casi totalidad de los miembros que, meses más tarde, habían de constituir el primer Gobierno de la República al instaurarse ésta con aclamación española, el 14 de Abril de 1931. Y Fernando fue con el voto donostiarra. El primer y único alcalde republicano, que ha tenido San Sebastián”.
Idoia Mendia me comentó que recordaba un homenaje a Sasiain en Ziboure en el que también estuvo Labayen. Y el fiscal Calparsoro me dijo que la Kutxa editó un libro sobre él. Sé también que el pabellón de entrada del Museo San Telmo lleva su nombre.
Al cumplirse el año que viene 95 años del Pacto de San Sebastián, no estaría nada mal recordarle. Su ejemplo y la tragedia de su vida quedan como semilla. Y Donostia, como Eibar, podrían organizar otro Pacto de San Sebastián que podría traer la III República. No estaría mal. Ya hay un precedente.