Carreras, voz y leyenda
se respiraba en el Arriaga un aire diferente, el ambiente de las grandes ocasiones. Volvía Josep Carreras a los escenarios y los cantantes de leyenda motivan al público. Por eso el estreno de El juez se saldó con un éxito apoteósico, clamoroso, tal vez histórico, y ese es un tanto que nadie le puede negar al Arriaga, que durante unos días se convierte en una de las capitales europeas de la ópera. Pero nada de ello debería limar ni un ápice la necesidad de ver las cosas con distancia, de valorar el resultado con honestidad y con plena conciencia de que sin Carreras este estreno hubiese pasado totalmente inadvertido. La ópera trataba en sus orígenes de revivir la música teatral de la tragedia antigua. Desde entonces han cambiado sus temas, sus aspiraciones, sus públicos, sus razones formales y estilísticas, pero en esencia sigue tratándose de una forma de teatro que busca integrar mutuamente drama y música.
El juez hace aguas por ambos lados. El libreto de Angelika Messner desperdicia un tema potente y de gran actualidad (el robo de niños durante el franquismo) a base de lugares comunes articulados en torno a una trama excesivamente melodramática. La música de Christian Kolonovits, muy melódica, tampoco levanta el vuelo y se mueve en un espacio indefinido entre el verismo italiano, el musical de Broadway y el Festival de San Remo. Puede tratarse de unas de las obras más pobres que ha tenido Emilio Sagi en sus manos, pero ello no hace mella en su capacidad y su profesionalidad, puestas en valor en una escena oscura y de buena factura estética.
Carreras es un tenor mítico y los mitos merecen respeto. Así se le escuchó el sábado tras más de una década alejado de los escenarios operísticos. Vocalmente está muy lejos de sus mejores días, con un centro que sobrevive como puede, pero en El juez encuentra una partitura a su medida, realiza un esfuerzo descomunal y muestra puntuales destellos del enorme cantante que hubo en él. Su fraseo sigue dejando estela. Sabina Puértolas y José Luis Sola cantaron francamente bien, con unas voces jóvenes, limpias y claras. Contundente el bajo Carlo Colombara y sensacional Ana Ibarra en la Abadesa, único personaje de la ópera con sangre y alma. Los secundarios, los dos coros, la BIOS y la batuta de David Giménez se entregaron a fondo y lo dieron todo en una continua lucha contra un muro que se levanta sobre un libreto muy débil y una música sumamente impersonal.