Nuestros territorios, nuestro país y nuestra Europa tienen que aspirar a llevar a cabo -porque hay mucha gente preparada ya- también una transformación democrática. Pero no una mera reforma, como aspiran algunos, sino un cambio absoluto, radical diría yo de filosofía política. A la sustitución de los viejos paradigmas -que han llevado al hombre a esta era de consumismo sin medida y de dominación por los piratas de todo pelo- por los nuevos paradigmas. Replantearnos así, en alto y en la arena del debate político (qué mal me suena, pero habrá que aceptarlo así), algo imprescindible para nuestra buena salud individual y colectiva, así como para nuestro sostenimiento como especie, que es: la forma que tenemos de afrontar la vida y el trabajo; la necesidad que tenemos de cambiar los esquemas competitivos por colaboración consciente y apoyo mutuo; la forma en que afrontamos la Educación y la Sanidad; la mentalidad, al fin y al cabo, desde la que vivimos, y recuperar nuestra creatividad sofocada por intereses inconscientes que nos someten como si fuéramos máquinas. Una auténtica Cultura de la Paz, por tanto, que vaya a la raíz de los desajustes sociales y personales, y que ponga fin a nuestros graves enfrentamientos. Y todo, soy consciente, con las dificultades que esto supone de anclaje en la estructura política actual, con una mentalidad apegada aún al viejo mundo. Para finalizar, debemos perder los complejos y aspirar a contagiarnos unos a otros nuestra mejor versión como personas y abrir así, responsablemente, la vía hacia el gran cambio que nuestro viejo y peligroso mundo nos está obligando a realizar.