Recuerdo el camino al colegio: antes de cruzar la esquina había un taller de chapa y pintura, el olor de aquella pintura me encantaba. Los pintores se ponían un pañuelo a modo de máscara, pero yo inhalaba fuertemente para recoger la mayor cantidad de olor que pudiera, no como cuando la huesera descargaba aquel olor nauseabundo. Recuerdo jugar con mi padre fundiendo plomo en una tapa de betún y echarlo en las baldosas de la cocina, para ver las formas que hacía y pintar con minio el hierro oxidado. Recuerdo recoger en una cajita el mercurio de los termómetros rotos y observar cómo se movían aquellas bolitas. Muchas tardes las pasábamos jugando por las campas, hacíamos casetas que, de vez en cuando, si había suerte, cubríamos con uralitas rotas y jugábamos entre unos extraños montones de algo que luego supimos que era malo y cancerígeno, el famoso lindane. Recuerdo bajar a la Sefanitro, a los montones amarillos de azufre que descargaban los barcos y correr para que no nos pillara el guarda, luego, comprando potasa en la farmacia y poniéndolo bajo una piedra, provocar pequeñas explosiones divertidísimas. También recuerdo los coches cubiertos del grafito de Altos Hornos y las nubes naranjas por la noche y las fábricas echando humo y más humo.
Sí, yo también hice la EGB y BUP y COU y fui a la universidad, y se me fue quitando aquella maravillosa visión infantil y me fui dando cuenta de la verdad contaminante que nos rodeaba en Barakaldo. Hoy, en los días de la Lomce del señor Wert, he perdido mucha de esa ingenuidad infantil y aunque es verdad que mucho ha cambiado Barakaldo, no entiendo cómo me quieren hacer creer, que si en el embalse de OIOLA (abastecedor de agua de consumo en Barakaldo y Sestao) entra LINDANE por el arroyo Ángela y el fondo de este embalse tiene LINDANE, el agua que sale de mi grifo y le doy a mi hijo, todos los días, no tiene LINDANE. Por favor y a quien corresponda, Sanidad, URA, Ayuntamiento, apliquen el principio de precaución YA.