LA hermenéutica es el arte de descifrar escritos. Las palabras griegas de las que procede el término, eso vienen a decir. Algo tiene que ver el hecho de que Hermes, el dios griego del entendimiento humano y de la comunicación, fuese el que en el Olimpo se encargara de hacer llegar los mensajes secretos a sus destinatarios y una vez entregados, era el que debía descifrarlos. Originalmente, la hermenéutica se encargaba de interpretar el contenido de los textos sagrados y con el transcurso del tiempo, fue aplicándose a otro tipo de textos, históricos, científicos, literarios, jurídicos, etc. De ahí ha ido derivando en el arte de interpretar todo lo que nos rodea. Incluso hay quienes la han convertido en una doctrina por la que los hechos sociales deben interpretarse en lugar de limitarse a describirlos o explicarlos de manera objetiva. Esta última concepción ha sido, a veces, caricaturizada hasta el absurdo punto de que alguien se empeñe en interpretar, a su manera, faltaría más, un hecho que observado de forma objetiva se nos presenta a todos como una cosa completamente diferente.
Precisamente estos días estamos siendo testigos de la actuación de estos hermeneutas tan particulares. En mes y medio, algo más de cincuenta presos de ETA, todos ellos con más de dos décadas de cárcel a sus espaldas, han vuelto a sus casas tras cumplir condena. Los homenajes populares que algunos temían o que otros deseaban, no se han producido. Bien sea por táctica, por estrategia, por la debida prudencia a la hora de no entorpecer otro tipo de procesos... por la razón que sea, estos presos han vuelto a sus casas muy alejados de aquella parafernalia épica anteriormente anunciada y simplemente han sido recibidos de forma más o menos discreta por su entorno familiar y personal más cercano. Pero estos hechos han sido puestos bajo la lupa del hermeneuta Fernández Díaz y por lo tanto de su chico de los recados en Gasteiz. Allá donde la gente no hemos visto ningún tipo de exaltación a ETA, ni homenajes a la trayectoria de los presos ni antes ni después de su detención, ellos se empeñan en hacernos creer que ha habido un akelarre etarra de campeonato y que la Ertzaintza y el Gobierno vasco han colaborado en el mismo mediante su inacción.
Lo que ocurre es que ni la Er-tzaintza ni el Gobierno vasco viven la vuelta a casa de quienes han cumplido su condena con ninguna contradicción. La contradicción en todo caso la sufre el Gobierno español que ve que las excarcelaciones se han producido con su propia legislación y con sus propias reglas de juego y se ve en la necesidad de dar explicaciones a su clientela política, aplacar su ira y desviar la atención buscando un chivo expiatorio. No importa tener que verse obligado a disculparse o caer en el ridículo como el de las cuatro líneas que el chaval de los recados hizo llegar a la fiscalía de la Audiencia Nacional pensando que con un par de ikurriñas y cuarto de kilo de cohetes había conseguido la receta perfecta para cocinar un macroproceso tan del gusto de cierto sector judicial español. Parece ser que algunos se mueren de ganas de vernos a los vascos enzarzados a palos por nuestras calles y quieren que les encendamos la mecha nosotros mismos, pero sus esfuerzos caen en saco roto. Nosotros preferimos otra imagen de nuestras calles muy diferente, la imagen vivida en el homenaje a Joseba Goikoetxea. Ya, ya sabemos que las cosas son del color del cristal con el que se mira, pero no nos apetece mirarlas a través de las Ray-Ban de un rancio madero.