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Resignación

A Llorente le vuelven a caer palos en Bilbao, y de nuevo merecidos. Son fruto de su torpeza al elegir las palabras más inadecuadas para definir el año de turista que vivió en el Athletic antes de volar a Turín. Cada vez que habla de su salida se gana más fobias; cada vez que vanagloria el exigente, y para él, deslumbrante trabajo en la Juve ofende a los que fueron sus técnicos y compañeros; cada vez que se jacta de los cálidos recibimientos que le tributa el Bernabéu, se encrespan más aquellos que sí le veneraban de corazón en San Mamés. Este chico, al menos en sus apariciones periodísticas, no muestra la gratitud que debería por haber crecido personal y profesionalmente bajo el abrigo de la familia rojiblanca, ni tampoco destila de su discurso el cariño al club que todos presuponíamos. Eso que debería ser un gesto natural y que no aparece espontáneamente en sus manifestaciones es lo que nos escuece a muchos.

Tenemos que entender a los futbolistas que quieren abrirse camino en otros clubes, eso es además de legítimo una postura habitual en cualquier profesional del deporte que priorice variables tan determinantes como el dinero o los títulos. La mayoría de las personas nos movemos por reclamos pecuniarios o asociados al éxito, mentiríamos si dijéramos lo contrario.

Hay, sin embargo, notables matices, porque siendo perfectamente entendible que un mileurista aplauda con las orejas si le ofrecen cobrar el doble por hacer la misma labor en otra plaza no lo es tanto que un futbolista como Llorente quisiera irse a toda prisa cuando ganaba 4 millones de euros en un Athletic en el que siendo un referente estratégico muy querido por la afición, estaba llamado a ser una leyenda. Hoy sigo sin entenderlo.

La comparación con Javi Martínez no sirve. El de Aiegi ya había dejado antes a su club primigenio, Osasuna, para fichar por un Athletic que le ofrecía condiciones mucho más ventajosas. Bajo su punto de vista había tocado techo también aquí y ficho por el Bayern, indudablemente un destino con más caché internacional y donde resultaría más sencillo sumar trofeos. Nada que reprocharle, salvo que no se despidiera públicamente para agradecer al Athletic por haberle dado la opción de crecer tanto como para que el referente de la Bundesliga se fijara en él.

En los casos de Llorente y Amorebieta la película no responde al mismo patrón. Los Fernandos se decantaron por el glamour de ligas internacionales más lustrosas, pero ni uno ni otro van a ganar más dinero que en Bilbao ni tampoco recibirán el trato familiar que sí les ofrecía en el club rojiblanco. Llorente puede que levante alguna copa, pero de no cambiar mucho su papel en el equipo de Conte éste será totalmente secundario, y a lo sumo pasará la mopa a los trofeos. Amorebieta empeñará la temporada intentando que su equipo, el Fulham, no pierda la categoría. Puestos a pasar apuros, mejor al lado de casa ¿no?

Toca resignarse, porque estas salidas imprevistas volverán a producirse, ocurrirá con los adoptados que vinieron al reclamo de las envidiables minutas que se pagan por estos lares, e incluso con los que habiendo crecido en la factoría de Lezama vean un futuro más prometedor fuera de nuestro abrigo. Hace ya tiempo que la componente sentimental ha dejado de ser determinante en las decisiones de los profesionales.

Indudablemente, el mundo del futbolista vasco no se acaba en el Athletic, no lo hace para las estrellas que prefieren otros destinos, ni tampoco para los que deseando quedarse en Bilbao se ven obligados a buscarse la vida en otros lares. Pero claro, el futuro de los descartes nos preocupa menos que el de aquellos que deciden abandonarnos. Es el mismo despecho que siente el amante al que le abandonan por otra opción, no siempre necesariamente mejor. Si eres tú el que decides poner fin al romance a lo sumo sentirás lástima paternalista, si te han dejado consciente de que merecías una nueva oportunidad tardarás mucho en encontrar razones convincentes.

Como nuestra admirable filosofía está basada en un ámbito poblacional cada vez más reducido el futuro de ese Athletic competitivo que todos nos exigimos está condicionado por la irrupción aleatoria de camadas, por el acierto en las decisiones de los técnicos en las categorías inferiores, y por algo más importante, conseguir que el profesional forjado aquí se sienta tan convencido y comprometido con el catecismo rojiblanco que no se deje seducir por otras opciones. Tampoco es sencillo lograrlo sin sobreprotegerlos o sin remunerarlos con sueldos muy por encima de la media de la liga. Irremediablemente, dada la ausencia de competencia externa, los hacemos sentirse imprescindibles desde que dan sus primeros pasos, convirtiéndolos en funcionarios de la administración rojiblanca. Obviamente, este planteamiento proteccionista entra en contradicción con otras poses que también caracterizan a nuestro club. Es contradictorio que pidamos amor eterno a los nuestros cuando a los talentos de otros clubes que nos interesan les pedimos apertura de miras, es decir, todo lo contrario. El debate está servido, mientras tanto, resignación.