eSTOS son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros". La célebre frase de Groucho Marx es el abecé de la teoría de la relatividad moral: todo es relativo, dependiendo de la posición que se ocupa en cada momento. En política, por ejemplo, para algún movimiento que se había postulado históricamente como la solución a todos los problemas del país, la llegada al poder ha supuesto toda una revelación marxista, en el sentido grouchiano del término. Los principios de los que hacía bandera y arma arrojadiza para ser exigidos al oponente, se han mutado en otros más realistas porque sentarse en el sillón no es solo hacerse con la visa y el coche oficial, sino que hay que lidiar con los rigores del presupuesto y ¡ay! de la ley. Así, vemos banderas al viento incluso donde nunca las había habido, tijeretazos económicos y navajazos laborales, imposiciones puerta a puerta echando a la basura reivindicaciones plasmadas voto a voto... por no hablar del tristemente clásico apartheid de los derechos humanos: una exigencia para los míos, una moneda de chantaje para el "opresor". Llamar "fascista" y "payaso" a un político es hacer uso del derecho a la libertad de expresión siempre y cuando ese político no sea un genuino adalid de las libertades nacionales y sociales, porque entonces se está atacando al pueblo vasco. Groucho Marx no hizo un chiste cuando pronunció su frase, sino que retrató en ella a los más hipócritas del género humano: esos camaleones de los principios que no respetan los de los demás.